El sentido de la vida

Nos desayunamos frecuentemente con una matanza realizada por un menor de edad. Es algo ya casi habitual. Lo que aún resulta más incomprensible es que suele producirse en países del primer mundo, países considerados como cultos, felices y “de progreso».

Me resultó muy clarificadora la explicación ¿? que dio el autor de una matanza reciente en Alemania, anunciada en internet previamente. Dijo lo siguiente, entre otras cosas:

“Odio la vida”.

Me hizo pensar qué clase de mundo hemos construido en el que un joven puede llegar a albergar dicho sentimiento. Odiar la vida… Odiar la vida…

Seguí reflexionando sobre ello, y me pregunté: en realidad, ¿qué ofrecemos, o mejor, qué no ofrecemos a la juventud para que no aprecien la vida? ¿Es la vida tan horrorosa, tan sin sentido, tan negra, tan insulsa, tan absurda, para que alguien no pueda amarla? ¿Tan pocas perspectivas y tan pocos anhelos hemos hecho crecer en el interior de un hombre naciente?

Hice memoria de mi primera juventud, y busqué motivaciones que me movieron a amar la vida, y por lo tanto, a vivirla con alegría, no sin penas, claro, pero con alegría.

Amigos, amores, estudios, sueños, inquietudes, posibilidades, experiencias, aventuras… en resumen, unas intensas ganas de vivir.

En mi opinión la auténtica causa de la desesperación en estas vidas incipientes radica en la pintura sombría y casi negra con que se les ha pintado la existencia.

No tiene ningún sentido la vida, ni ninguna razón para su existencia. Hemos venido por casualidad. No sabemos cuál es el motivo por el que estamos aquí. Ni sabemos para qué. Esto es una jungla. Lo que importa es tener dinero y cosas. Las inquietudes, ideales y búsquedas son cosas de tontos o de memos. Pensar y leer son cosas de viejos. El placer es lo que cuenta. Vive en el presente. Vive el momento y no busques nada aparte. No existe el amor, ni la amistad, ni nada que merezca la pena. Todo es relativo y no hay nada que buscar, porque nadie ha encontrado nunca ninguna respuesta a nada. Nada tiene explicación ni sentido.

A partir de ahí, solo existen dos salidas: el suicidio o la matanza, resultado del odio a los demás.

Y ambas cosas se dan, en mucha mayor proporción, no en países o zonas “atrasadas” del planeta, sino, paradójicamente, en los países “civilizados” y con mayor nivel de “progreso”.

¿Quiénes son los guías de esta “civilización»?

¿Hombres sabios u hombres locos?

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