Igualdad

Recuerdo a un compañero de trabajo que, a propósito de una conversación sobre música, en la que yo calificaba a Beethoven como un genio, me decía:

–Bueno, sí, es cierto, Beethoven sabía mucho de música, pero también es cierto que yo no sé nada de música, pero sí sé mucho de banca.

Recuerdo que no seguí la conversación. ¡Igualaba su genio al de Beethoven!

Yo creo, y la practico en mi vida diaria, a mi nivel, claro, en la igualdad. En la igualdad de posibilidades de las almas humanas. Y creo que no es menos un genio porque sea blanco ni negro ni amarillo, ni porque sea semita, gitano, europeo o americano, o australiano. Ni porque sea heterosexual u homosexual. Ni porque sea cristiano, musulmán, budista o animista. Ni porque sea monárquico, republicano, anarquista, ni lo que quiera ser. Ni porque sea guapo, feo, alto, bajo, hombre, mujer, joven, anciano, pobre, rico, noble o plebeyo.

Creo que existe una confusión sobre la igualdad. Y la confusión estriba en considerar que todos somos iguales, sin más adjetivos. Ni mi sentido común ni mi experiencia en la vida pueden admitirlo.

De ser así nadie buscaría con mucho cuidado quién va a ser el cirujano que le abra el pecho para operarle el corazón.

Ni nadie buscaría el mejor profesor de inglés si quiere aprender esa lengua.

Ni nadie pediría consejo sin buscar antes a la persona conocida a la que considere de mayor sabiduría de la vida.

Nadie iría a un restaurante sin antes informarse si el cocinero es buen cocinero, si los camareros atienden bien y si el local es limpio y acogedor.

No, no. No todo es igual. No todos somos iguales…

Creo en que un genio o un sabio no es igual a un mediocre o un ignorante. Y creo que todos lo sabemos. Y creo que igualar al uno con el otro es absurdo e injusto. Prefiero tener amigos geniales y sabios, y quizá yo lo sea para otros, y estos otros para otros más. Quizá la verdadera hermandad consista en ayudarnos los unos a los otros a crecer en sabiduría y bondad.

Y si queremos imponer por decreto o por imposición de ideas esta absurda igualdad, resultará que no sería posible la libertad de elección de nuestros amigos, de nuestros médicos, de nuestra señora, de nuestros músicos preferidos, etc. etc. Al fin y al cabo, todos son iguales… ¡qué más da!

El ignorante habría que igualarlo al sabio, el malo al bueno, el delincuente al honrado, el amable al antipático, y así, todos los ejemplos que imaginéis.

Un totum revolutum…

Como muchos otros de hoy en día, esto es un mito, en su sentido de falsa fantasía. Si así fuera en la Naturaleza, los ríos no correrían, ni las nubes viajarían, ni habría rayos, ni lluvia, ni tampoco ninguna semilla se molestaría en germinar.

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