Querida Ana

Bueno, en mi opinión, lo que expones tiene sus verdades, sus medias verdades y sus mentiras.

Vamos a ver: en primer lugar, nuestro cerebro tiene millones y millones de neuronas, lo que pasa es que usamos tres o cuatro. Las conexiones entre neuronas, que son las que generan cosas nuevas, son siempre las habituales, y de esta manera siempre  solemos reaccionar de la misma manera a los estímulos. Esto es automatismo, principal  enemigo de la conciencia y de la libertad.

Si fuéramos poco a poco usándolas todas y encontrando nuevas conexiones entre ellas aparte de las habituales y conocidas,  nuestro cerebro aumentaría su rendimiento. Para decirlo de otra forma, el cerebro puede trabajar al 1% de su capacidad, y no nos pasaría nada anormal, ya que, de hecho, la gente vulgar es lo que usa normalmente. Pero, con el desarrollo de nuevos retos y nuevas experiencias, si el ser humano busca nuevas vías continuamente, aumenta su capacidad y su potencia, o más bien, no es que aumente, sino que lo usamos más. Es lo mismo que disponer de un fórmula uno e ir por la carretera a 50 km/ hora. Por supuesto, el motor del fórmula 1 puede ir a 300 km/ hora y va tan pancho, pero necesita un buen conductor para ello, un conductor que se atreva a darle potencia, y que necesite dársela o quiera dársela, y además, que sepa controlar esa potencia.

De hecho, me parece que la enfermedad del alzheimer, de la que, lógicamente, no se conocen las causas, y quizá nunca se conocerán, no es una enfermedad del cerebro, sino su atrofia por falta de uso. Si siempre llevas al fórmula uno en segunda, a 50 km/hora, al final te lo cargarás, porque no se construyó para eso. Prueba a no mover nunca el brazo derecho y verás como el día que quieras moverlo no te obedecerá. Y si cuando lo usabas eras capaz de hacer bolillos, ya no podrás hacerlo por falta de habilidad.

Así como hay ignorantes o idiotas que nunca usan el cerebro, o que lo usan solo para una exclusiva función, en la que son «expertos», y son inútiles para todo lo demás, hay también personas que tratan constantemente de encontrar mejores soluciones a los retos, con los que siempre están buscando vías nuevas ante situaciones conocidas. Estos nunca tendrán alzheimer. Ya sabes que Mozart estaba agonizando, pero hasta el último aliento dictaba su última obra, su misa de réquiem. Y Beethoven lo mismo. En la cama, postrado, inválido, agotado, enfermo, y con enormes dolores, estaba escribiendo uno de sus últimos geniales cuartetos.

Ghandi no paró de trabajar en su vida, y solo se detuvo con un disparo. Hace unos meses murió Vicente Ferrer, trabajador incansable por el bien de los demás. Seguro que se llevó al otro lado su mente lúcida y la inmensa dicha de haber hecho algo bueno con su vida. La madre Teresa de Calcuta nunca tuvo descanso, y se las tuvo que ingeniar para encontrar soluciones a casos que todo el mundo le decía que no tenían solución. En fin, para qué contar más ejemplos…

Lo que hoy en día se desconoce o no se tiene en cuenta es que el cerebro no funciona por sí mismo, no es un órgano «que piensa». El cerebro es un órgano, una máquina perfecta, pero necesita su usuario. Yo podría tener el ordenador más potente del mundo, pero ¿para qué lo usaría? ¿Para hacer solitarios? Me imagino que Eistein lo usaría para muchas otras cosas…

El conductor del cerebro, el que lo maneja, es la mente, así que tener cerebro no es garantía de nada. El hombre más burro del mundo tiene también uno igual al tuyo o al mío. Pero no sabe o no quiere usarlo, o no le importa en absoluto.

La ecuación, entonces, ancianidad=sabiduría es totalmente falsa. Hay viejos estúpidos, como hay jóvenes geniales. Recuerda que Mozart murió con 33 años, y era un genio. Las experiencias de largos años no sirven de nada si la mente no saca conclusiones y, reflexionando imparcialmente, aprende y construye nuevas conexiones.

Parece ser cierto lo de las diferentes funciones de los hemisferios del cerebro; además eso ya lo dijo Platón, o sea que nadie ha inventado nada nuevo, pero, como nos conformamos con las explicaciones que nos dan otros, ¿para qué nos sirven? Para nada. El ser humano auténticamente libre debe sacar sus propias conclusiones y fabricar sus propias convicciones con las que vivir. Vivir con las de otros, adoptarlas sin más, no lleva a nada, porque no estás viviendo tu vida, sino la de otros, o, en el peor de los casos, la del rebaño.

En fin, que mejor nos olvidamos de la neuroplasticidad y cosas con nombres rebuscados y vivamos cada día de manera auténtica nuestra propia vida. Eso sí que desarrolla el cerebro… ¡el nuestro!

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