La Afrodita de Oro

La primera vez que escuché la expresión «Afrodita de Oro» fue en una conferencia del fundador de Nueva Acrópolis, Jorge Ángel Livraga. No recuerdo exactamente el título de la misma, pero sus palabras bien pudieran ser las de este artículo. Entonces yo era uno de esos jóvenes con menos de treinta años físicos a los que él se refería.

Nos vamos a referir a la juventud del alma, a la misteriosa «Afrodita de Oro», a esa bondadosa madre que nos hace ver la parte bella y buena de la Naturaleza y del alma.

Más cercanas en el tiempo son las de Delia Steinberg, que podemos leer en esta dirección, y en las que nos recuerda la necesidad de poner más filosofía en nuestra vida.

Por algo también los griegos clásicos habían descubierto que la «Afrodita de Oro» –o la eterna juventud– late en los corazones que jamás se cierran a los enigmas de la vida, sino que, antes bien, salen decididos a conquistarlos.

La Afrodita de oroLa expresión «Afrodita de Oro» guarda relación con las manzanas de oro de las Hespérides (ninfas del ocaso, hijas de la Noche), que otorgan la inmortalidad a quienes de ellas se alimentan. Una de estas manzanas fue dada a Afrodita, la ganadora del primer concurso de belleza del mundo, y por eso la expresión.

Los seres humanos nos movemos entre dos polos, el de los recuerdos pasados y el de los proyectos futuros. Si en nuestra vida predominan los proyectos, los sueños, las metas a conseguir, entonces somos jóvenes de espíritu. Si ya solo vivimos de nuestros recuerdos del pasado que sucedió o del que pudo ocurrir, entonces nos estamos haciendo viejos. No es cuestión de edad física, sino de edad mental, edad del corazón o del alma, llamadlo como queráis.

Tener mucha experiencia, haber vivido muchas experiencias, no nos hace esencialmente más viejos sino que aporta más calidad a nuestra juventud. Creo que a eso se refería Jorge Á. Livraga cuando decía: «El ser joven es una maravillosa experiencia, que más se valora a medida que envejecemos». Si solamente somos jóvenes, sin experiencia de la vida, no estamos aún en posesión de la Afrodita de Oro. Pero si sumamos experiencia a esa juventud del alma, entonces la habremos alcanzado. Solo cuando nuestros proyectos pesen más que los recuerdos, viviremos esa eterna juventud a la que se referían los filósofos de la Grecia clásica.

Tampoco debemos confundir ser joven con ser original. Vivimos en un mundo en el que se sobrevalora la supuesta originalidad de lo que hacemos, especialmente en el arte. La llamada «música clásica» contemporánea o las artes plásticas no figurativas modernas están llenas de monstruos o excentricidades cuyo único posible valor es afortunadamente ese, la originalidad, y menos mal, porque hay algunas obras que no desearíamos oír o ver repetidas.

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