¿Por qué deseamos tanto el estado del bienestar?

El mundo en el que vivimos nos habla continuamente del estado del bienestar. Es aquello a lo que aspira nuestra sociedad. Alcanzar y mantener el estado del bienestar es moneda de cambio en los juegos electoralistas de la política. Todos queremos estar bien. Todos queremos estar mejor. Tener acceso a lo básico, sí, pero también disfrutar de los canales de televisión, de un buen móvil, tener Internet en casa, salir a tomar unas cañas, ir de compras, hacer escapadas de fin de semana… y todas las cosas que se consideran parte del estado del bienestar.

Todo lo que nos rodea nos incita a mantener la creencia de que hallaremos la felicidad en un aspecto más juvenil, en las compras online, en comprar en tal o cual supermercado. La gente de los anuncios sonríe todo el tiempo mostrando la gran alegría y satisfacción que le produce comer una marca de jamón concreta, la paz casi extática que produce un yogur con bífidus o la serenidad espiritual que se esconde en las cajas de laxantes. Puede parecer cómico, pero es así, y sutilmente se nos va quedando la idea de que son esas cosas las que nos van a ayudar a sentirnos mejor cuando las cosas que nos suceden en la vida nos dejan sin suelo bajo los pies. Entonces queremos ir de compras para llenar una necesidad que no se anuncia en ningún comercial.

Incluso las empresas, a través de los nuevos descubrimientos de la neurociencia y la psicología, tratan de motivar a sus empleados para sentirse más plenos y satisfechos con su trabajo, básicamente porque si les gusta lo que hacen no tendrán que convencerles de que sacrifiquen una tarde de pasar con la familia para dedicarlo a responder correos o preparar presupuestos para clientes. Serán más productivos, la empresa ganará más, el empleado también (aunque tenga que echar más horas) y podrá comprar cosas que no va a poder disfrutar y que, si lo piensa un poco, ni siquiera necesita.

El problema es que nuestro estado del bienestar no nos hace sentir bien. No como querríamos. No como creemos que debería ser.Tenemos éxito laboral, ganamos dinero, lo gastamos, formamos una familia, hacemos todo lo que se ve en los anuncios de televisión y en las películas, pero por dentro nos invade la angustia y la sensación de echar nuestro tiempo en un saco lleno de agujeros. De dedicarlo a cosas que no nos dan lo que buscamos.

El índice de suicidios en los países desarrollados es tan preocupante que los Gobiernos intentan buscar fórmulas para detectar las intenciones de matarse y, en caso necesario, internar y drogar a la persona hasta que no pueda pensar en quitarse la vida… ni en ninguna otra cosa. Pero la causa que origina esa desazón seguirá ahí, debajo de las pastillas. Y seguimos preguntándonos cómo alguien que lo tiene todo puede llegar a dar un paso tan terrible.

No es problema del estado del bienestar,sino de qué es lo que entendemos por bienestar. Qué es lo que entendemos por felicidad, por serenidad, por alegría. Se puede tener un trabajo precario y ganar lo justo para comer y sentirse bien. Se puede no tener las zapatillas de moda y ser feliz. Se puede tener un ladrillo por teléfono y vivir muy serenamente. Queremos alcanzar ese estado feliz, vivir para siempre en él, pero lo buscamos en cosas efímeras, que no van a durar apenas una temporada. La moda está en cambiarlo todo, frenéticamente, cada poco tiempo; así nos distraemos pensando en lo que estará por venir, pero dejamos de atender lo que desde dentro nos grita que el tiempo pasa y no estamos viviendo de verdad, sino siguiendo el guión que otro ha escrito para nosotros, que nos dicta sin que ningún atisbo de sana rebeldía nos mueva a salir de esa rueda de vacío.

El estado del bienestar nunca va a ser verdadero mientras dependa de una tarjeta de crédito o de una tarifa de datos. El estado del bienestar es una conquista interior. Es, como decían los antiguos filósofos, lo que se alcanza cuando nos comportamos de forma coherente con nosotros mismos, cuando tratamos de ser mejores personas, no mejores maniquís. Cuando nos esforzamos por comportarnos de forma ética a pesar de las circunstancias y pensamos algo más en los demás que en nosotros mismos. La verdad es que la felicidad y el bienestar no requieren ninguno de esos libros que abundan en las librerías sobre «Cómo conquistar el éxito en cuatro sencillos pasos». No.

Creemos que el éxito es conseguir un mejor puesto de trabajo, comprarnos un deportivo y veranear en las islas griegas, pero las verdaderas personas de éxito son aquellas que, sean cuales sean las circunstancias de su vida, se sienten satisfechas de sus actos y de sí mismas. ¿Cómo puede hacerse eso? La respuesta es sencilla y compleja a la vez. Para disfrutar de verdad del estado del bienestar, para sentir que nuestra vida vale la pena vivirla, sea cual sea el papel que nos haya tocado desempeñar en ella, para visitar de vez en cuando las regiones de la felicidad y avanzar por la vida desprendiéndonos de los miedos solo hay que ser conscientemente ético.

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