Jack el Destripador y la coherencia

El señor luis perrier-gustin, hacía, en mi último post, el siguiente comentario: “Interesante tema. Tal parece que de lo que se trata es de intentar rescatar una virtud, que sería la coherencia, pero primero habría que pensar si se trata de una virtud…”. Para aclarar un poco este tema, nada mejor que un paseo por el frío y neblinoso Londres…

En septiembre de 1888, el jefe de la Policía de Londres, recibió la siguiente carta:

Querido jefe: desde hace días no dejo de oír que la Policía me ha atrapado, pero en realidad todavía no me ha pillado. En mi próximo trabajo le cortaré la oreja a la dama y se la enviaré a la Policía para divertirme. No soporto a cierto tipo de mujeres y no dejaré de destriparlas hasta que haya terminado con ellas. El último es un magnífico trabajo; a la dama en cuestión no le dio tiempo de gritar. Mi cuchillo está tan bien afilado que quiero ponerme manos a la obra ahora mismo. Me gusta mi trabajo y estoy ansioso de empezar de nuevo; pronto tendrá noticias mías y de mi gracioso jueguecito […]

Atentamente, Jack el Destripador.

A partir de esta primera carta, el seudónimo de “Jack el Destripador” saltó a las primeras páginas de los periódicos londinenses y el terror se apoderó de la ciudad. Jack el Destripador tenía un modus operandi muy preciso. Sus víctimas fueron principalmente mujeres, prostitutas de los barrios pobres, a las que degollaba y mutilaba de forma cruel y salvaje. Es curioso que uno de los sospechosos que con más fuerza saltó a la prensa fuera el actor estadounidense Richard Mansfield, que en ese momento se encontraba protagonizando el papel del doctor Jekyll, basada en la novela titulada “El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde” (aprovecho para recomendar su lectura) del escritor Robert Luis Stevenson. Tras descartar al Sr. Mansfield, las pesquisas se centraron en la clase médica; por lo visto, Jack mutilaba a sus víctimas con precisión de cirujano. Al final, todo fue inútil y la identidad de Jack el Destripador ha permanecido siendo un misterio hasta nuestros días.

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Una sociedad de teóricos

No pretendo ser, bueno, un poquito sí, irónico. Pero cada día hay más gente que no piensa lo que hace ni hace lo que piensa; hay casos extremos que no hacen ni lo uno ni lo otro. Y esto es grave. Hay millones de teóricos del fútbol, del tenis, de la pintura, de la música, de la literatura. Cada día hay más personas que no luchan por sus sueños. Y todo queda en pura teoría. Hay en las universidades profesores de economía que nunca han tenido empresas, profesores de pintura que nunca han pintado nada, profesores de ética que son, en algunos casos, unos sinvergüenzas, hay profesores de filosofía que nunca tuvieron interés por la verdad. Sin olvidar a los naturalistas que no hacen nada por la naturaleza, a políticos que en sus casas hacen todo lo contrario que dicen, etc. Parece como si estuviéramos perdiendo la capacidad de vivir y de luchar. Todo esto nos lleva al “hombre fragmentado”, que piensa de una forma, siente de otra y habla de otra distinta.

Al filósofo B. Russell también le llamó la atención este fenómeno social y dijo al respecto: «La humanidad tiene una moral doble: una que predica y no practica, y otra que practica y no predica». No sé si es usted de los que predica y no practica o de los que practica y no predica. Ahora, incluso, podemos añadir otra categoría que quizás era insólita en la época de Russell, pero son los más corrientes: los que ni predican ni practican. Estamos ante el grave riesgo señalado por el científico y filósofo francés Blaise Pascal, quien escribió: Si no actúas como piensas, vas a terminar pensando como actúas. O todavía peor: puedes terminar pensando y actuando como te dictan otros.

¿Un único libro?

Hace poco tiempo, un amigo, me planteó la siguiente pregunta: si tuvieras que salvar un solo libro, ¿cuál elegirías? Inmediatamente contesté que ninguno. Y al rato, después de martirizarme un poco más con dicha pregunta, lo borré de mi lista de amigos. Dos buenas decisiones en muy poco tiempo, pensé.

De camino al trabajo, ya sentado en el autobús, me puse a mirar el paisaje a través de la ventanilla, como suelo hacer siempre. Esa distracción me relaja. Pero esta vez, había algo que no me dejaba tranquilo. No sé cómo, la dichosa pregunta seguía ahí, revoloteando alrededor de mi cabeza. De pronto, sin advertirlo conscientemente, empezaron a pasar por mi mente, de la misma manera que pasan los caballos en un hipódromo, autores y libros. Los había de todas clases; de literatura, de ciencia, matemáticas, historias de batallas, algunos de economía, sobre filosofía, incluso los había religiosos, etc. Pero la pregunta era muy clara: ¿un único libro?

La elección no era fácil; Cervantes o Shakespeare; Principia Mathematica de Newton o El origen de las especies de Darwin. La Biblia o el Corán; los Elementos de Euclides o tal vez, la geometría de Riemman; en filosofía están Platón o Aristóteles; El conde de Montecristo o Los tres mosqueteros; Ángeles y demonios o El capitán Alatriste; sin olvidar algunos cómics que me gustan mucho, etc., etc., etc.  Sí, no cabía duda, mi ex amigo había hecho un buen trabajo estropeándome el día. Al final no tuve más remedio que elegir uno, un único libro. Me decidí, con pocas dudas, por La República de Platón.

Después de pasar por esta dura prueba, he decidido pasar la misma pregunta a todos ustedes; no es que quiera que me pongan en sus listas de “ex”, pero compréndanlo: para qué están, si no, los amigos.

Meditación

Hasta hace muy poco tiempo, todo esto de la meditación, el prestar atención a nuestro mundo interior, era un cuento que muy pocas personas y ninguna institución oficial se tomaban en serio. Hoy días las cosas han cambiado bastante, y tanto la medicina como la química, la psicología e incluso la física, comienzan a tomarse muy en serio el poder de la mente. Y no me estoy refiriendo a los llamados poderes parapsicológicos, sino a capacidades más cercanas y prácticas, como la creatividad, la capacidad de concentración, atención, memoria, a las posibilidades de controlar el estrés, las emociones y pensamientos.

Hoy día, todas estas cosas ya no son un cuento. Ahora sabemos, la ciencia lo está demostrando, que es la mente, las ideas, las emociones, la que conforma y forma nuestro mundo interior y exterior. Sabemos que cuando nuestra mente da significado a algo, ese algo lo vivimos como real, sea ese algo un fantasma, un dolor, un amor, el miedo, etc., sin ser conscientes de que solo es una interpretación, una especie de teatro montado dentro de nosotros mismos con un único espectador: nuestro “YO”.

Todos estos descubrimientos son realmente fascinantes. Nos acercamos a un enfoque parecido al de la filosofía clásica, la cual ha sostenido, desde tiempos remotos, que nosotros, las personas, no somos lo que comemos, como dicen algunos libros de cocina: somos, en mayor medida, lo que pensamos, sentimos y hacemos. Y es ese orden el que debemos intentar respetar: pensar, sentir y, por último, actuar.

Una cosa importante que tenemos que tener en cuenta todas las personas interesadas en este tema es que la meditación no es una forma, no es un método diseñado para huir de los problemas. Para eso están las drogas. Las drogas sí sirven para huir de los problemas, pero solo momentáneamente, porque cuando pasan sus efectos, los problemas siguen ahí, y normalmente, empeorados. Empeorados porque hemos perdido tiempo y energía que pudimos haber utilizado para resolverlos. Y la meditación es justo lo contrario, es un método que sirve para encontrar dentro de nosotros mismos la fuerza, la creatividad, la inteligencia necesarias para superar los problemas: no para huir de ellos.

Una de las instituciones que está ahora utilizando la meditación para conseguir beneficios a nivel físico, emocional y mental son las prisiones de Estados Unidos. En el centro correccional de Alabama se ha llevado a cabo una interesante experiencia de la cual dejo aquí un enlace para que la podáis ver.

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El nacimiento de la ciencia

–¡Oh! Es impresionante.

–Sí, es un paisaje muy bonito.

–No, no me refiero al paisaje. Me refiero a una frase de Albert Einstein que está en una de las páginas de la agenda que me regalaste para este año, 2011. Dice así: “Lo más incomprensible del universo es que sea comprensible.

Ciertamente, el hecho de que seamos capaces, hasta cierto punto, de comprender el universo, de preguntarnos cosas y de buscar respuestas, de la misma manera que un perro busca un hueso en el jardín, es algo incomprensible e impresionante. Pero ¿cómo, cuál es el medio que nos permite comprender, preguntar y buscar?

La respuesta que encontraron un pequeño grupo de filósofos que vivieron en pequeños poblados aislados de todo y sin apenas medios fue que la Naturaleza es inteligible, es comprensible, porque todos tenemos un pequeño pedazo de esa misma naturaleza que llamamos mente.

El historiador británico H.D.F. Kitto describió en su libro Los griegos ese momento histórico, tan parecido al descubrimiento del fuego, de esta forma tan sugestiva: “Pido al lector que, por un momento, acepte la siguiente declaración como una exposición de hechos razonables: en una parte del mundo que durante siglos había alcanzado un altísimo grado de civilización, surgió gradualmente un grupo de personas, no muy numeroso, no muy poderoso, no muy bien organizado, que tenía una concepción absolutamente nueva del sentido de la vida humana y que por primera vez demostró para qué estaba hecha la mente del hombre”.

Tom Sawyer y el secreto de la motivación

El grupo de jóvenes llegó por la mañana temprano, y durante los primeros días las cosas iban muy bien y el trabajo avanzaba a muy buen ritmo. Pero, a medida que pasa el tiempo, el ritmo de trabajo se ralentiza, se vuelve pesado y poco inteligente. En definitiva, se pierde eficacia.

Y este es el motivo por el cual los líderes, tengan estos la finalidad que sea, deportiva, financiera o humanitaria, buscan el secreto de la motivación de la misma manera que los alquimistas buscaban el secreto de la eterna juventud. ¿Cómo motivar? Encontrar el método, la forma de motivar a las personas ha sido un tema sobre el que se ha invertido dinero y mucho tiempo. Y sobre el que se ha pensado, investigado y escrito una enorme cantidad de libros, revistas, ensayos, etc. Pero el secreto lo encontró un golfo sin educación, que creció a orillas del Misisipi: Tom Sawyer.

–¡Hola, compadre!–-le dijo Ben–. Te hacen trabajar, ¿eh?

–¡Ah! ¿Eres tú, Ben? No te había visto.

–Oye, me voy a nadar. ¿No te gustaría venir? Pero, claro, te gustará más trabajar. Claro que te gustará.

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Tiempos difíciles, matemática y mitología

Pues bien; lo que yo quiero son realidades. No les enseñéis a estos muchachos y muchachas otra cosa que realidades. En la vida solo son necesarias las realidades.

Así es como comienza la novela de Charles Dickens Tiempos difíciles, en la cual hace una crítica a la filosofía del utilitarismo del siglo XIX. Pero si preguntamos al profesor: ¿qué es lo real?, lo más probable es que constate:

– Muchachos y muchachas, la realidad es que 1+1=2, no hay mayor realidad que esta. Y esta es la respuesta clásica que nadie o casi nadie pone en duda. ¿Qué puede ser más real, más evidente y más coherente con el mundo que nos rodea que el que una manzana más otra son dos?

Pero yo os confesaré que en casa tengo un mundo donde eso no ocurre; es un espejo, y no es el espejo de Alicia en el país de las maravillas. Es, simplemente, el espejo de mi cuarto de baño. Allí, sobre su superficie, con todo descaro, puedo ver cómo las gotas de agua se saltan esta verdad matemática. Observo cómo van deslizándose, sorteando dificultades, eligiendo cuidadosamente los caminos hasta que, al final, se unen. En su mitología, los griegos llamaron a este hecho Harmonía, y los romanos, Concordia.

Y nada mejor para superar estos “tiempos difíciles”, que tan bien describe Dickens en su novela, como un poco de concordia. Concordia en torno a la realidad de que quizás uno más uno, al final, solo sumen uno.

El fin de la materia

El fin de la materia

El fin de la materiaA las ya tradicionales preguntas de la filosofía, ¿quién soy?, ¿de dónde vengo?, ¿hacia dónde voy?, hay que añadir otra que se está convirtiendo en muy importante, tanto para la filosofía como para la ciencia: ¿de qué estamos hechos?, ¿de qué están hechas las cosas?

Hasta no hace mucho tiempo estas últimas preguntas no parecían muy razonables; al fin y al cabo, la respuesta parecía tan evidente como irrefutable: estamos hechos de materia, todo es materia. Pero, alrededor del año 1900, se produjeron algunos descubrimientos que hicieron que estas preguntas sí fueran importantes.

El título de este post no es mío, lo he tomado prestado de un artículo que publicó en 1902 el físico-matemático Henry Poincaré (Francia, 1854-1912), y que comenzaba así: Uno de los descubrimientos más asombrosos que los físicos han anunciado en estos últimos años es el de que la materia no existe. Y continuaba: Apresurémonos a decir que este descubrimiento no es todavía definitivo.

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Enredos

enredosHace poco tome prestado de la biblioteca un libro titulado “El espejismo de Dios” de Richard Dawkins. Dawkins es titular de la Charles Simonyi de la Universidad de Oxford y es autor de otro libro muy famoso “El gen egoísta”. En ese libro Dawkins defiende su idea de que Dios no existe, y lo hace muy bien. El libro es ameno, tiene muchas anécdotas escritas con un punto de humor británico que tanto gusta.
Desde luego no pienso no pienso discutir con nadie, ni siquiera con Richard sobre si Dios existe o no. Todos tenemos derecho a creer o a no creer, y vaya por delante que a mí sus creencias personales no me importan y creo que a Dios, si existe, tampoco le importarán mucho. Así que no quiero hablar sobre creencias, pero sí sobre conceptos enredados.

En el prefacio de dicho libro podemos leer: Imagine, con John Lennon, un mundo sin religión. Imagine que no hay terroristas suicidas envueltos en pólvora, que no existe el 11-S o el 7-J, que no hay cruzadas, caza de brujas, ni el Complot de la Pólvora, ni la división de la India, ni las guerras árabes-israelí, ni la persecución de los judíos, como “asesinos de Cristo”, ni los “problemas de Irlanda del Norte, ni la “muertes de honor”, ni telepredicadores. Imagine que no hay talibanes para volar estatuas antiguas, ni decapitaciones, ni blasfemias publicas, ni azotes en la piel de mujeres por enseñar una pulgada de esa misma piel.”
A todo esto se podría añadir muchas más cosas y, por supuesto, a mi me gustaría imaginar, junto con Lennon, Dawkins o con cualquier persona de buena voluntad, un mundo sin todos estos crímenes, manipulaciones y mentiras. Pero ¿qué tiene que ver la religión con esto?

Es verdad que en nombre de Dios se han cometido muchas atrocidades, pero también se han cometido atrocidades en el nombre de la paz, del comunismo, del capitalismo, del petróleo, de la industria maderera e incluso cerca de mi casa se ha cometido varios asesinatos por un aparcamiento. Así que ¿son culpables los aparcamientos de estos crímenes? Es evidente que no.
Son muchos los que caen en este error de confundir a Dios con las ideas e imágenes que sobre Dios tienen las distintas culturas y del uso que de esas imágenes hacemos las personas.
Creo que sea lo que sea en lo que cada uno creamos, siempre se podrá defender con honestidad, sin hacer daño a nadie y sobre todo sin fanatismos religiosos, por supuesto, pero también sin fanatismos materialistas y sin “Enredos”.

Soy mejor persona

Ahora tengo una nueva perspectiva y me siento mejor persona…

Mi gran afición a leer entrevistas me ha llevado a este tema: “el efecto que las dificultades producen en las personas”. Siempre me ha sorprendido, aunque es algo muy corriente, el hecho de que todas las personas que han pasado por grandes dificultades dicen que tienen una nueva perspectiva de las cosas: se sienten mejor, más dispuestas a ayudar, a entender, a compartir, y en las entrevistas afirman cosas como:

–Desde que tuve el cáncer, mi amor por la familia ha mejorado, ahora aprovecho el tiempo para estar con ellos y disfrutar de la compañía de mis hijos y marido.

–Desde el accidente, en el que mi vida estuvo cerca del fin, me levanto por las mañanas con ganas de ser generoso, de vivir los pequeños detalles a los que antes no daba importancia.

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