Lo duradero

Al comenzar a escribir sobre valores que nos humanizan, de valores universales que nos permitan reflexionar sobre lo verdaderamente importante, me he preguntado por cuál de ellos empezar, qué cualidad podría estar entre las primeras.

Es difícil decidirse, pues cada valor tiene su importancia, así como la tiene el hecho de que no se den aislados sino reforzándose unos a otros. Pero de entre todos los valores que podemos reconocer como válidos para toda la vida y para todos los seres humanos, tal vez sea precisamente eso, lo perdurable, lo duradero, lo que no lleva la etiqueta de “usar y tirar” lo que necesitemos comenzar resaltando.

Nuestro tiempo se caracteriza por todo lo contrario, por el cambio continuo, por la búsqueda de novedad, por la comida rápida, el amor rápido, los resultados rápidos… y por los fracasos rápidos. Basta con parecer (que es más rápido) en lugar de ser (que es más lento pero duradero).

No se trata de una actitud de desapego que deja que las cosas fluyan, sino de un apego a lo cambiante, a lo superficial, que nos desarraiga de nuestro propio ser. Lejos estamos de aquella actitud de viejas civilizaciones que buscaban en todo lo que hacían y construían su duración en el tiempo.

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Valores

Cualquiera de nosotros a lo largo de su vida ha podido comprobar cómo todos tenemos actitudes y cualidades que nos elevan en nuestra condición humana, y por el contrario, otras que nos rebajan hacia lo peor de nosotros mismos. Desde esas actitudes y valores es desde donde se constituyen nuestras fortalezas para afrontar la adversidad, y gracias a ellos también vivimos los más bellos y enriquecedores momentos.

Entusiasmo, empatía, serenidad, discernimiento, amor, orden, sentido de la justicia, voluntad, concordia…

Más allá de la extraordinaria diversidad de caracteres que configuran la humanidad, parece que estas cualidades son válidas para todos los individuos sin distinción de época, raza o condición social. Es cierto que cada cultura (y por qué no, cada persona), va a desarrollar una aplicación particular, una digamos “moral de costumbres” con la que se identifica. Pero hemos visto a lo largo de la historia cuántas veces esas costumbres llamadas “culturales” se enquistan y pierden de vista los valores universales que la inspiraron, fanatizando y ahogando la vida. Como siempre, las normas no pueden sustituir la necesaria conciencia del bien.

Tendremos, entonces, que esforzarnos en distinguir lo que son una moral temporal de costumbres de los aspectos que verdaderamente podríamos llamar universales y cuyo reconocimiento y desarrollo nos permitan convertir nuestra experiencia personal en una vida plena de realización.

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