Recuerdo que tenía once o doce años cuando mi profesor de lenguaje nos decía, a los brutos de su clase, que el Quijote es un libro para leerlo tres veces: la primera, te diviertes con los desvaríos del caballero; la segunda ya no te divierte tanto pero te hace sonreír; y la tercera es para directamente ponerse a llorar… En aquella época que sólo conocía el Quijote por las láminas de Duré, y vía Peter O Toole, no podía entender aquellas palabras dichas con tanto cariño. Afortunadamente no nos obligó a leerlo, pues casi todos mis amigos a los que sí se les obligó a hacerlo aborrecen la obra. Tuvo que pasar mucho tiempo hasta que me decidí a leerlo como quien emprende un largo viaje sin saber muy bien hacia dónde. Creo que desde entonces me gusta la frase esa que dice “Hay que perderse para encontrarse”, y así me perdí entre las páginas de ese, para mí entonces, enoooooorme libro.
Creo que el Quijote representa la coherencia elevada a la enésima potencia, si le gustan los libros de caballería, si su corazón late con fuerza ante el amor de los caballeros hacia sus damas, si su alma se llena de felicidad viendo cómo esos personajes fantásticos de novela defienden la justicia por encima de todo… ¿Por qué no habría de ser él uno de ellos? Si a decir de Unamuno: solo es verdad lo que nos da vida y lo que nos la quita es mentira ¿Por qué hemos de creer que don Alonso Quijano vive en un error, en una mentira fruto de su imaginación? Él vive y actúa como piensa y cree. ¿Hay mayor coherencia?
Pero hay un momento de la obra que me llama poderosamente la atención, y es ese mágico instante en que algo le cruje por dentro y se decide a vestir la armadura, montar en su rocín y, saludando el amanecer, desafiar La Mancha. Así lo vio nuestra poetisa Concha Espina:
“La noche fue siempre el reino de las almas profundas y vigilantes, la cumbre de la más alta meditación, el blando reclinatorio de las plegarias, el espejo más puro de lo sobrenatural… En estas horas de soledad y de misterio se nutren las almas escogidas de singulares revelaciones, de altos pensamientos que sobrepujan lo humano y traen como un sabor a lo divino, en estas horas tienden los ángeles su escala entre el cielo y la tierra, se abre la puerta de los sueños, dice el amor sus «escuchos» y buscan los héroes el camino de la inmortalidad. Así Don Quijote, pálido y ansioso, de cara a las estrellas, con los ojos mojados en lágrimas, siente brotar de su pecho mil voces íntimas que le empujan fuera de sí mismo, a través de la noche, por encima de las lindes prosaicas en que yace. Una plenitud espiritual, una oscura impaciencia, un ímpetu desbordado y generoso le tiemblan, como alas finas y valientes, en las raíces del corazón…”.
Gracias lectores por sacar el tema.