El fanatismo que vino

Puede que alguna vez hayamos pensado que no tuvimos mucha suerte al aparecer en un mundo en el que la guerra y la violencia están a la orden del día. Uno de los motores que parece impulsar hoy la violencia a nivel planetario es el fanatismo religioso. Pero no, lo del fanatismo no es una cosa inventada en el milenio que hemos inaugurado. Ya venía de atrás.

Para empezar, el fanatismo no es exclusivamente religioso; hay fanáticos religiosos y fanáticos antirreligiosos. Y también hay fanáticos de un equipo de fútbol o de un cantante de moda. O sea, que el fanatismo es una actitud que se toma hacia el mundo que nos rodea.

Lo que pasa es que los grandes fanáticos, o sea, los fanáticos que son peligrosos, suelen venir de la mano de un determinado credo, porque están guiados por dirigentes que se autoadjudican un poder que al parecer les ha otorgado el mismísimo Dios.

No nos ceguemos pensando que son siempre los mismos. Qué va. Lo que hoy hacen los de un color y unas creencias, ayer lo hicieron los de otro color y otras creencias; lo que hoy se origina a miles de kilómetros, hace no tanto lo teníamos en casa; así que todos los humanos nos movemos básicamente por los mismos resortes, y para comprobarlo no tenemos más que estudiar un poco de Historia (¿será por eso que no interesa mucho que se estudie Historia?).

Todas las religiones contienen joyas de sabiduría válidas para todos, que podemos descubrir si no nos dejamos enredar por la letra muerta y por los fanáticos que lo estropean todo con su actitud ciega.

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Paz y justicia

Vuelven a alzarse pancartas que nos reclaman justicia recordando que no habrá paz sin justicia social, y tal vez no les falte razón, pero no podemos olvidar que para que haya justicia social es imprescindible una ética individual; no solo leyes y sistemas justos, sino auténticos valores humanos conduciendo el corazón de quienes han de vivirlas y aplicarlas, especialmente en los gobernantes y responsables sociales de cualquier nivel.

Y esto ¿cómo se logra? Difícil respuesta; yo, al menos, no lo sé, pero sí sé que no se logra únicamente con decretos, ni armas, ni discursos.

Tal vez yo no tenga aparente poder para hacer del mundo un lugar más justo, pero sí puedo hacer de mi propia vida un territorio personal de concordia que contagie a los territorios vecinos, un territorio donde pueda levantar una bandera que no delimite fronteras, sino que alce sueños visibles y altos para quien quiera compartirlos (mi bandera sería tricolor, de voluntad, de amor y de inteligencia).

Yo sí puedo hacer de este espacio, pequeño pero real, el territorio de mi vida, un lugar donde ser justo, honesto y bondadoso, valiente, responsable y veraz. Y puedo elegir a quien quiero que lo gobierne, y con qué programa educativo, con qué medidas saludables y con qué política de consumo. Puedo elegir a mis ministros y consejeros… incluso proclamar a los héroes de mi pequeña patria, este territorio de mi propia vida.

Tal vez no consiga cambiar el mundo, es lo más probable, pero en el peor de los casos podré ser el gobernador de mí mismo… y seré feliz.

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Valores humanos por descubrir

Cualquiera de nosotros a lo largo de su vida ha podido comprobar cómo todos tenemos actitudes y cualidades que nos elevan en nuestra condición humana, y por el contrario, otras que nos rebajan hacia lo peor de nosotros mismos. Desde esas actitudes y valores es desde donde se constituyen nuestras fortalezas para afrontar la adversidad, y gracias a ellos también vivimos los más bellos y enriquecedores momentos.

Entusiasmo, empatía, serenidad, discernimiento, amor, orden, sentido de la justicia, voluntad, concordia…

Más allá de la extraordinaria diversidad de caracteres que configuran la humanidad, parece que estas cualidades son válidas para todos los individuos, sin distinción de época, raza o condición social. Es cierto que cada cultura (y por qué no, cada persona) va a desarrollar una aplicación particular, una –digamos– «moral de costumbres» con la que se identifica. Pero hemos visto a lo largo de la historia cuántas veces esas costumbres llamadas «culturales» se enquistan y pierden de vista los valores universales que las inspiraron, fanatizando y ahogando la vida. Como siempre, las normas no pueden sustituir la necesaria conciencia del bien.

Tendremos entonces que esforzarnos en distinguir lo que es una moral temporal de costumbres, de los aspectos que verdaderamente podríamos llamar universales y cuyo reconocimiento y desarrollo nos permita convertir nuestra experiencia personal en una vida plena de realización.

Me gusta pensar que el sistema personal de valores se alza sobre cada uno como un cielo de estrellas, una referencia que orienta nuestra vida. Habrá estrellas fugaces pero siempre estarán aquellas estrellas luminosas y estables que nos permitirán trazar rumbos, y bajo cuyo amparo desarrollar aquellas cualidades que nos humanizan y fortalecen.

Nepal, dolor y esperanza

IMAGEN: Equipos de Nepal, Turquía y China trabajan en el rescate de víctimas. NAVESH CHITRAKAR REUTERS

http://www.elmundo.es/internacional/2015/04/28/553e6fbeca4741f46e8b4571.html

Una vez más, la tierra ha temblado. Una vez más, el shock de la tragedia. Niños asustados o heridos, adultos deshechos y noqueados, templos que se alzaron con esplendor, derrumbados y aniquilados.

Ante la magnitud del desastre, tomamos conciencia de lo pequeños que somos frente a la Madre Naturaleza. Si ella rechina, nosotros nos tambaleamos. No cabe el orgullo, ni la vanidad, ni el “porque yo lo valgo” de todos los días. Caemos si ella se inquieta.

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Comprender a los demás

COMPRENDER A LOS DEMAS

Qué fácil es juzgar a los demás, ¿verdad? ¿Os habéis fijado qué fácil nos sale lo de interpretar cómo actúan los otros?

«Es un poco vago. Por no subir las escaleras, es capaz de quedarse sin desayunar»; «¡Qué vecina más antipática, ni saluda cuando la cruzo por la escalera»; «Es un chico malcriado. Pudiendo estudiar, se dedica a desaprovechar el tiempo».

Hasta que un buen día nos da un lumbago y no podemos subir las escaleras, nos enteramos de que la vecina antipática ha puesto una denuncia por malos tratos a su marido o un hijo nuestro toma antidepresivos porque la carrera que ha estudiado no le sirve para nada.

Ese día comprendemos a la vecina, al compañero de oficina y al hijo de nuestra amiga.

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Libertad, igualdad, fraternidad…

 

LIBERTAD IGUALDAD FRATERNIDAD 2

Escrito por

Miguel Ángel Padilla

Los últimos atentados perpetrados por el terrorismo islamista en Francia han puesto en pie a medio mundo para reivindicar y fortalecer la conciencia en torno a los pilares que dieron nacimiento a la moderna Europa y a los valores democráticos occidentales. Unos pilares que no son económicos, religiosos ni políticos sino éticos, de altos Valores Humanos.

Los ideales de la Revolución francesa, LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD, hacen referencia a la dignidad del individuo, al valor del ser humano en sí mismo, a su derecho al desarrollo, a la realización como persona y a la concordia necesaria para hacer posible la convivencia. Se trata del ser humano como fin, y no como instrumento económico, religioso o ideológico.

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¿Dónde está la bondad?

LA BONDAD

 

El gran dibujante Quino nos ha regalado durante muchos años brillantes perlas de sabiduría a través de la voz de Mafalda, una niña filósofa que nos ha repetido con certera ingenuidad lo que los adultos vemos pero que a veces parece que no queremos ver.

Los grandes problemas humanos se resumen en sencillas preguntas. Las respuestas tal vez no sean tan simples, pero en cualquier caso las necesitamos para sostenernos en medio de un mundo alborotado que nos hace bambolear como cuando el viento obliga a entrechocar a las barcazas amarradas en el puerto.

¿Dónde está la bondad en este mundo que nos ha tocado vivir?

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Amor a la verdad y al conocimiento

Hablar del amor a la verdad es hablar de una de las inclinaciones naturales que más nos definen como seres humanos, tan natural como el impulso de orientación que hace crecer a las plantas hacia la luz.

Todo ser humano ama naturalmente la verdad. Nadie quiere caminar por la vida a ciegas sin distinguir ni reconocer lo verdadero de lo falso o cuando menos lo que nos hace bien de lo que nos daña.

Una de sus expresiones más elementales es la necesidad de autenticidad, el rechazo de lo falso, de lo que a veces con medias verdades tiene como intención el engaño. Sinceridad, autenticidad, fidelidad a la verdad son valores sobre los que se alzan pilares sólidos en la construcción de la sociedad y de uno mismo.

En un nivel más profundo se manifiesta como la necesidad de caminar por la vida con sentido y con coherencia. De alguna manera es cierto que despertamos a un segundo nacimiento interno cuando surge en nosotros la necesidad de sentido.

El amor a la verdad lleva consigo el deseo de saber y aprender. Es amor al conocimiento como proyección de la natural curiosidad del niño y de su no menos natural capacidad de asombro, que busca comprender el mundo, indagarlo, experimentarlo, a la vez que se descubre a sí mismo. Este impulso es natural reflejo de la necesidad de autonomía que trata de llevarnos a nuestra propia realización humana en libertad, dotándonos de discernimiento y criterio. Es el despertar de la razón que como guía interna trata de permitirnos vivir con profundidad y sentido, alejándose de la simple sumisión ciega a unas fuerzas, ya se entiendan «naturales» o «sobrenaturales».

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La bondad

Quizás la bondad sea uno de los valores éticos que más apreciamos en los demás y que más nos gustaría que nos rodease por doquier. ¿A quién no le gustaría estar rodeado de gente buena, afable, atenta, alegre, considerada y respetuosa, generosa…?

Como todas las virtudes humanas, es en su manifestación a través de los actos donde se define. Todos sabemos reconocer a una persona bondadosa aunque no sepamos definir la bondad y esta se exprese de infinitas formas.

La bondad nos envuelve en nuestra vida cotidiana mucho más que lo que apreciamos conscientemente, a pesar de que a veces pueda parecer lo contrario. Ella es la base de todo lo bueno que compartimos, es la que hace posible la convivencia, los bienes civilizatorios y la cultura, la generosidad y el esmero en la búsqueda del bien común que nos humaniza. Es, justamente, su ausencia, el egoísmo a ultranza, el que destruye los tejidos que unen y cohesionan la vida.

La bondad es un motor interior que busca el bien en los demás y en nuestro entorno involucrándonos a nosotros mismos. Esa predisposición constante hacia el bien, preocupándose por lo que los demás necesitan, se manifiesta desde el pensamiento, las emociones y los actos, convirtiendo a la persona en un “faro de luz” que emana alegría, seguridad y confianza. Su presencia ilumina, no nos ensombrece. Sembrador del bien, no trabaja con el “¿tú o yo?”, sino con el “nosotros”. Por eso podemos identificar bondad con amor.

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Tolerancia activa

Con respecto a este valor universal, he creído oportuno por su claridad y trascendencia reflejar las palabras recogidas en la “Declaración de principios sobre la tolerancia” de la 28 reunión de la conferencia general de la UNESCO en París, el 25 de octubre de 1995:

La tolerancia consiste en el respeto, la aceptación y el aprecio de la rica diversidad de las culturas de nuestro mundo, de nuestras formas de expresión y medios de ser humanos. La fomentan el conocimiento, la actitud de apertura, la comunicación y la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión.

La tolerancia consiste en la armonía en la diferencia. No solo es un deber moral, sino además una exigencia política y jurídica. La tolerancia, la virtud que hace posible la paz, contribuye a sustituir la cultura de guerra por la cultura de paz…

…Tolerancia no es lo mismo que concesión, condescendencia o indulgencia. Ante todo, la tolerancia es una actitud activa de reconocimiento de los derechos humanos universales y las libertades fundamentales de los demás. En ningún caso puede utilizarse para justificar el quebrantamiento de estos valores fundamentales…

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