Muchos de los grandes filósofos de la historia son calificados como ateos (en esta sección ya hemos visto alguno) porque en ocasiones la filosofía, ejercicio primordial del hombre por buscar sentido al aquí y ahora, evita tratar de entes que se nos escapan de nuestro entendimiento. Así ocurrió también con Epicuro y con Confucio, a quien próximamente dedicaremos otro comentario.
Si los filósofos que evitan hablar de Dios son ateos, los que enseñan a evitar el miedo a la muerte o al futuro son “malditos”. En cuanto a los dioses, para Epicuro no pueden llegar hasta nosotros y por tanto ni los temores ni las plegarias tienen utilidad alguna. Su argumento acerca de la muerte es contundente: “no hay motivo para temer a la muerte, porque mientras vivimos no está presente y cuando está presente nosotros ya no estamos”. En cuanto al futuro y el destino, a la manera de como decían los estoicos, algunas cosas nos llegan por azar y otras por obra nuestra, y son estas últimas las que debemos atender; por lo tanto, ni debemos desesperarnos ni abandonarnos a la suerte.
A pesar de las críticas contra él vertidas, y de la mala fama posterior, Epicuro era un ser de conducta intachable, frugal en sus costumbres, y de carácter afable y paciente. Propuso una sabiduría de vida caracterizada por el optimismo y la admiración ante la existencia del mundo y del hombre.
Según los comentaristas actuales, la ética de Epicuro tiene un aspecto positivo, la búsqueda del placer, y otro negativo, la ataraxia o cesación de las inquietudes que traban el logro del placer. El dolor y el mal son fáciles de evitar, porque los sufrimientos no duran mucho tiempo; cuanto más agudos, menos tiempo permanecen. El placer y el bien son fáciles de conseguir, y donde hay placer no hay pesar ni sufrimiento.
Pero el aspecto «negativo» es el más positivo de los dos, ya que tiende a la tranquilidad y armonización interior que permiten al filósofo poder conocer, poder disponer de la sabiduría o prudencia, y no desaprovechar las lecciones de la vida. El exceso de movimiento, la turbación por el placer, impiden toda forma del saber, pues la opacan o tergiversan.
Espero que después de esta lectura desterremos por exceso de simplificación la tercera acepción del diccionario de la RAE para la voz epicúreo: “entregado a los placeres”.