Cuando en una sociedad las cosas no van bien, los primeros en caer, en perder su rumbo, en vivir al margen del “american style way of life”, en huir de sí mismos buscando la autodestrucción, que es como un lento suicidio pero sin el como, son los más débiles, los menos favorecidos por la educación y la economía, cumpliéndose así esa vieja frase que dice: “la cadena es tan fuerte como el más débil de sus eslabones”.
Hace unos días, atravesando una zona de naranjos en Valencia, llamada el hipermercado de la droga, me sorprendió ver el ir y venir de gran cantidad de chicas y chicos jóvenes. Al verlos de cerca, sus rostros envejecidos golpearon con fuerza mi conciencia, y con ello el corazón. Me sentí impotente.
Pero lo que, finalmente, me movió a escribir este blog de hoy fue el encuentro de anoche con uno de ellos. Eran las cuatro de la mañana, mi amigo “el esponja” y yo hacía tiempo que no charlábamos y nos pusimos al día, tras varias horas de conversación, cervezas y risas. Ya nos despedíamos cuando un hombre joven se nos acercó para preguntarnos algo, y acabó contándonos todas sus penas y el tipo de alcohol con que las ahogaba. No es cuestión de entrar en detalles, pero sí me di cuenta de una cosa: si esa persona hubiera conocido la constancia, la paciencia, la fe en sí mismo y un poco de psicología, su vida sería muy distinta.
Pero la sociedad no ha sabido darles esas herramientas, y todos somos la sociedad, por eso me repito a mí mismo: “les hemos fallado”.