Si has dedicado tiempo suficiente para buscar respuesta a esa cuestión lanzada al aire y que parece bastante coherente investigar: ¿qué es la vida?, lo más seguro es que lo que hayas encontrado sean muchas preguntas. Eso es bueno, las preguntas son las primeras pistas, las miguitas de pan de garbancito, el hilo que tira de la inquietud.
Cuando uno se da cuenta de que puede, y quizás deba, plantearse su propio existir, comienzan a surgir las preguntas: ¿¿¿¿qué, cómo, por qué, cuándo, hacia dónde, para qué…????
Las respuestas se pueden buscar en bibliotecas, en cabezas y corazones ajenos (opiniones), en nuestro entorno… Cómo saber cuáles son las correctas es más sencillo de lo que parece.
¿Alguna vez has estado sentado tranquilamente al lado de un riachuelo o paseando por un bosque, un desierto, o mirando al mar a solas? Si has callado tu mente en uno de esos momentos, habrás notado que una pequeña serenidad está contigo. Luego, por un instante, algo te hace notar que frente a ti hay algo inmenso, es como una intuición, un mensajito que llega a ti por una vía no habitual y que dice exactamente: «esto es la leche», y se va, sin saber por qué. Aunque te deja esa sensación placentera que produce el contacto con la Naturaleza, con lo que sientes más real que nada, más grande que tú… porque lo sabes, notas que es más grande que tú; tan grande como cierto. Y te vuelves a casa con una sonrisilla sincera y la sensación de que has tocado el cielo unos segundos.
Eso es estar cara a cara con la verdad. Está ante nuestros ojos en cada momento, aunque solo en ocasiones seamos capaces de percibirla.
Practica esa sensación; si puedes escuchar el gran sonido de la Naturaleza, un día te oirás a ti mismo… cuando callas.