En ocasiones, observo durante un buen rato, de modo instigador y ojo microscópico, un pedazo de la tierra. Por ejemplo, un árbol, un río, una sola gota de agua en cualquiera de sus estados físicos, el fuego, las estrellas, ya sea en su reposo o en su movimiento, es decir, siempre en movimiento. Suelo intuir que en ellos están todas las respuestas, absolutamente todas. Y que los que buscamos «saber vivir» solo tenemos que comportarnos de un modo similar al que lo hace la naturaleza (con todo lo que tras de ella reverdea en tono de cosmos).
Supongo que algunas de las «verdades» que encuentro están más cerca de la realidad y otras más de la imaginación. Sin embargo, absolutamente todas transmiten un mensaje, al menos de trasfondo simbólico.
La simple composición de un átomo nos sirve de pista que, traspasada al modo de vivir, resulta sabia por lo cabal, lógica, sensata y beneficiosa.
No pretendo comenzar una discusión científica, ni mucho menos. Me basta con recordar que la mayoría de la materia no es tal, sino espacio vacío, estado natural por excelencia.
Chapuzoneemos directamente en la metáfora. El átomo es partículas y es vacío, sobre todo vacío. La vida es esencia, es sentimiento de totalidad, es conexión con todo lo que hay y también la no existencia de todo ello, o los días y momentos normales y corrientes; el vacío.
Y sin embargo, del vacío cuántico puede nacer un universo, al coincidir con una pequeña inflación. Y sin embargo, de un pequeño momento cotidiano puede nacer un universo interior, un resplandor hacia la creación, el entendimiento, el sentir lo que soy, eternos e infinitos, que no son solo adjetivos grandisonantes.
Así, como todo es, así debo ajustarme al ser y al aprender. A momentos, dejando vacío existencial y necesario en medio. Así, al estudiar, leer, reflexionar, no solo ello, no todo de golpe, no sin poder comprenderlo, asumirlo, hacerlo propio; así al hacer ejercicio, al disfrutar de un amigo, al amar, no siempre fuego, no siempre abismo, sino paz, recuerdo, proyecto, aprendizaje, de nuevo comprensión, oh gran clave de la cordura.
De golpe en golpe pleno y conectado, así es realmente la vida, como parte que es de «La Vida». De vacío en vacío, pleno y lleno de sentido. Ni la felicidad, ni el amor, ni el sentimiento de amistad, ni de excelencia o éxito o comprensión continua son reales. El vacío existe y tiene el enorme sentido de dar coherencia a la materia.
El tiempo, aunque hablemos de espacio, es el vacío cuántico en la vida del hombre; la distancia necesaria a la hora de vivir.
No es una hipótesis científica, no es una verdad ni siquiera a medias. Es mi loca relación entre el universo, el espacio, el tiempo y la vida. Dios me perdone…
El tiempo es necesario, hay que dejarlo ser, saber esperar. Nada es continuo, pero muchos momentos de sabiduría forman una vida sabia, aunque entre ellos haya habido mucho tiempo… espacio vacío o no tan sabio; simplemente cotidianidad.
La cotidianidad es lo que permite la madurez de ese fruto que sí aplaudimos: el conocimiento, la amistad, el amor, el ser profesional, artista… Quería alabar el no fruto como parte del fruto.
El tiempo, el espacio entre puntos brillantes, Es y resulta fundamental para que la sabiduría llegue, la felicidad se sienta, la amistad sea, pues si siempre fuésemos completamente felices no distinguiríamos los momentos felices. Debe haber un antes tranquilo, para un ahora pleno, cada vez.
El tiempo, como el vacío, tiene la importante misión de dar forma a la materia física, mental, espiritual…
Esto es una alabanza al más feo que, en realidad es la base de todo, el caldo de cultivo.
Seamos sabios, apreciemos el mientras tanto, que también está lleno de sabor. Amemos el otoño porque es tan necesario y real como la primavera.
Y sin embargo, del vacío cuántico puede nacer un universo, al coincidir con una pequeña inflación. Y sin embargo, de un pequeño momento cotidiano puede nacer un universo interior, un resplandor hacia la creación, el entendimiento, el sentir lo que soy, eternos e infinitos, que no son solo adjetivos grandisonantes.