Gracias a los pequeños reproductores de MP3, la música nos acompaña con más facilidad que nunca. El aparato que tengo es un IPOD con capacidad para almacenar muchos cientos de horas de duración. Eso me da la posibilidad de poder cargarlo con más música de la que nunca imaginé, así como poder escucharla en cualquier parte, por ejemplo en el coche, donde paso varias horas al día. Ahora estoy escuchando tanto la música que siempre me gustó como otra que nunca antes había oído. De ahí vino mi reflexión: la vida es una mezcla entre descubrir y recordar.
Con el IPOD estoy descubriendo música de cantautores italianos como Fabrizio de André, desaparecido hace ocho años, o música clásica, como las sonatas para piano de Josef Haydn y las innumerables óperas de Georg F. Händel. Son nuevos sonidos, nuevas melodías que a partir de ahora me acompañarán y formarán parte de mis recuerdos. La próxima vez que escuche esta música ya no tendré esa sensación de descubrir algo nuevo, sino el recuerdo del momento en que lo escuché por primera vez. Así me ha ocurrido volviendo a escuchar el “Dido y Eneas” de H. Purcell, que me trae a la memoria aquel LP de vinilo que compré de adolescente y que escuchaba una y otra vez en un viejo tocadiscos. Ahora escucho repetidamente “L’oceano di silenzio” de F. Battiato o “Le rondini” de Lucio Dalla, canciones con casi veinte años de antigüedad y que para nuestros lectores pueden ser también un descubrimiento o un recuerdo.
Para un niño el mundo es todo descubrimiento: nuevas experiencias, nuevas sensaciones…, ¡tanto por conocer! A medida que aprende, acumula recuerdos que le facilitan la toma de contacto para una próxima vez. Añoramos esa inocencia del niño, que no tiene ideas prejuzgadas acerca de nada.
El anciano está lleno de recuerdos y a veces piensa que ya no tiene nada que aprender. También deseamos su dorada experiencia del que ve llegar los acontecimientos con la serenidad de su veteranía.
Nos hayamos inmersos en un equilibrio entre descubrir y recordar: si pensamos que nada nos queda que descubrir, es que nada nos queda por vivir; si no somos capaces de recordar y aprender de nuestras experiencias, de nada nos vale vivir.
Tener siempre algo nuevo por descubrir es el secreto de esa “Afrodita de oro” de la eterna juventud de que hablaban los filósofos clásicos. Una nueva música, un nuevo paisaje, un nuevo amigo, nos dan la juventud del alma. Pero reconocer nuestras experiencias, nuestros recuerdos, agradecer a los amigos que nos acompañan, nos proporciona una vida serena y apacible.
Aunque no podamos volver a vivir nuestra vida pasada como un acontecimiento nuevo, sí podemos seguir maravillándonos de tantas cosas que nos quedan aún por descubrir y por las que merece la pena seguir viviendo.