No, no me he vuelto loco, no he tenido una mala experiencia sentimental, ni me desdigo de anteriores reflexiones, como “Hablemos del amor” o “¿Pasión, o ternura?”, donde exalto y expreso mi incondicional admiración a todo lo que la palabra “amor” significa y abarca. Pero dicho esto, y aclarado el punto, no tengo más remedio que admitir y aceptar que, muchas veces, esa experiencia de comunión entre almas puede derivar en los más oscuros y espantosos planos de la conciencia, como puedan ser los celos, el odio, la sed de venganza, el maltrato físico o psicológico, y todo lo que desgraciadamente se desprende de ello. Con lo cual, y basados en tan mala vivencia, efectivamente, podríamos llegar a decir que “El amor apesta”.
Pero la idea no es mía, así reza una pintada en una de las calles céntricas de Madrid, escrita con muy buena letra, en minúsculas las dos primeras palabras y en mayúsculas, destacando claramente, “APESTA”. Siendo impactante también por estar escrito con spray de color negro sobre ladrillo rojo cara vista. Se presiente al ver semejante pintada una clara intención de compartir un gran dolor, una decepción enorme, hasta el punto de querer expresarlo en la pared del barrio, para que todos sepan “la verdad” sobre el amor.
Si por una de esas casualidades, o sincronicidades, el autor de ese mensaje mesiánico antiamor, leyera este apunte, me gustaría decirle que no, que se equivoca, que afortunadamente el amor no apesta, si no que huele a rosas, a sinceridad, a libertad, y a un grado notable de felicidad. Lo que sí apesta es nuestra manera de “administrar” tan misteriosa y maravillosa fuerza de unión. Lo que apesta es pedir, exigir, desear por todos los medios que nos amen en exclusividad absoluta como si en ello nos fuera la vida. Porque aquellos que de verdad aman sienten ese fuego manando de su pecho, y brillan como soles en un crisol de cálida generosidad, dando sin esperar nada. Y a mi entender, eso exhala el más bello de los perfumes, sin duda alguna.