He visto hoy una foto que me ha hecho pensar. Es un grupo de camellos generando cada uno una enorme y preciosa sombra sobre el suelo arenoso, mucho más allá del verdadero tamaño del animal (son la línea blanca bajo cada sombra).
Es interesante comprobar cómo eso mismo ocurre tantas veces con los fantasmas que nos asustan o los ídolos que nos embelesan, generados por realidades pasajeras, diminutas o banales.
Un pensamiento equivocado y redundante puede fácilmente desembocar en una convicción enraizada de que algo es como no es. Una mala interpretación, un miedo encubierto, un deseo insatisfecho, todos ellos pueden llevarnos a creer en verdades inexistentes que nosotros vemos claramente como ciertas.
Estoy convencida de que es de ahí de donde parten los grandes males del micro y macromundo; del modo de ver. ¿Acaso hay alguien que actúe desde su propia mentira consciente? No, todos creemos en lo que hacemos. No nos sabemos engañados por nosotros mismos, por razonamientos, emociones o deseos puestos como pilotos inexpertos de toda una persona.
Esas sombras en la arena parecen gigantes y no molinos, capaces de todo, más tangibles que el pequeño camello que en verdad las genera, pero único entre ambos con vida propia.
Si parásemos un poco, si observásemos despacio, si fuésemos pacientes, analíticos, sensatos, conscientes, al menos tendríamos más razón al tomar cada decisión, al tener cada pensamiento o sentimiento, en base a lo que creemos ver… Nada suele ser tan malo ni tan feo, y tampoco tan enorme ni tan perfecto.
A veces tengo la grata sensación de que el mundo que me rodea y del que formo parte es mucho más sencillo de lo que parece.