Tengo una compañera de trabajo que parece una farmacia ambulante. Tiene medicinas de todo tipo. Una para cada tipo de dolencia. Para el dolor de cabeza tiene Paracetamol, aspirinas en diversos formatos y colores y para un dolor más grande, Nolotil. También tiene antibióticos, antigripales, antiácidos, antiinflamatorios, etc. Con personas así no me extraña que en España el gasto en medicamentos sea tan elevado, casi diez mil millones anuales, en torno a los 300 euros por persona y año.
Hay un anuncio de TV de un producto limpiador en el que aparece una feliz ama de casa que tiene un único frasco limpiador frente a su vecina, que tiene cuarenta distintos, uno para cada lugar de la casa y para cada función. En la medicina ocurre lo mismo: hay miles de medicamentos, muy especializados, cada uno para un distinto tipo de dolencia. Quizás este sea uno de los motivos de la automedicación: hay tantas medicinas que probar que siempre estamos con una o con otra.
En España tenemos una Seguridad Social muy buena. Cubre todo tipo de asistencia médica y además con gran calidad y con medios adecuados. De hecho, muchos ancianos del resto de Europa vienen a España porque en sus países de origen ya no son tratados, por excederse en los gastos médicos. La Seguridad Social cubre a personas venidas de fuera que nunca hayan aportado dinero a sus fondos. Incluso, hay sitios, como en Andalucía, en donde la Seguridad Social paga el cambio de sexo de una persona. Mientras todos podamos pagarlo, no está mal.
Buena Seguridad Social y buenas y abundantes medicinas para el cuerpo. Pero ¿y el alma? En el mundo de las «dolencias del alma» no hay tantas medicinas. De hecho, olvidamos que hay un medicamento extraordinario que puede curar casi todas las dolencias: la filosofía.
Tampoco hay Seguridad Social para los dolores del alma. Y así andamos muchos sufriendo por desengaños, por depresión, por falta de metas en la vida, etc. Sería bueno que la Seguridad Social pagara clases de filosofía: ¿os imagináis que, cuando fuéramos al médico con una depresión, en lugar de recetarnos Prozac nos mandara a un Curso de Filosofía de Nueva Acrópolis?
Seguro que muchos lectores están pensando en el libro de Lou Marinoff que hace pocos años se puso de moda («Más Platón y menos Prozac»). Sin embargo, no es de mi agrado ese enfoque utilitarista de la filosofía, que convierte a esta en una especie de vademécum para atinar en la vida o en una suerte de manual de autoayuda, con recetas para cada dolencia, como le ocurre a mi compañera de trabajo, y al final nos hacemos más dependientes del remedio que del dolor.
Más bien estaba pensando en otro de los filósofos clásicos no muy bien tratados por la historia, Epicuro, que dijo:
Vana es la palabra de aquel filósofo que no remedia ninguna dolencia humana. Pues así como ningún beneficio hay de la medicina que no expulsa las enfermedades del cuerpo, tampoco lo hay de la filosofía si no expulsa la dolencia del alma.
Con tantos avances de las ciencias médicas, ¿para cuándo los avances de las ciencias del alma? Y no es que haya que descubrir nada nuevo, sino que hay que aplicar los remedios ya existentes. La filosofía, las enseñanzas filosóficas de los clásicos, son un tesoro al que en cualquier momento de enfermedad podemos acudir, con la certeza de que pueden curarnos muchos de nuestros males…, y sin contraindicaciones ni efectos secundarios.