¿Se puede realmente aprender a vivir, de modo que lo que quede, solo sea vivir? A veces me lo pregunto. ¿Y si solo hay una verdad? ¿Y si, a grandes rasgos, ya la conocemos, y solo queda “ser con coherencia, sinceridad y placer”?
Por aprender a vivir quiero decir intuir la relación con todo lo que existe, la capacidad amorosa global-macro de la que estamos hechos, la comprensión-compasión-no ego, que nos permite relacionarnos con los demás y con las circunstancias, sabiendo que son pasajeros, y que sus actos incómodos, si los hay, son provocados por situaciones emocionales igualmente temporales, que sus fondos son normalmente dignos y confiables y solo están enredados en un «ahora» determinado. Una verdad que nos recuerda tanto la dimensión del enorme universo que nos rodea como la de los microcosmos que nos conforman. Una que te hace tranquilo, aunque entusiasta. ¿Cómo no sentirse entusiasta formando parte de esta grandeza? Esa verdad que es solo una y la misma, que te recuerda dibujando la vida, poco a poco, como si fueses un papel en blanco cuyo boceto puedes ir perfilando, contorneando su cintura tal cual un alfarero, con un poco más de sabiduría, un poco menos de egolatría, y en consecuencia, un poco más de saber quién soy y un poco menos de no escucharme. Así se hace la vida, así se elige uno un trabajo que le va gustando, o que acepta por ser lo «suficientemente satisfactorio» (expresión que utilizan los psicólogos y que me hace mucha gracia, por cierto). Así se crían hijos, hablándoles desde lo que sabes, y sabes muuuchas cosas, así se forman alumnos, así se pasea por la calle o el campo, o el pueblo… o por ti. Así se ama, porque si no es con amor, no merece la pena ni echarse un té (o cualquier otra cosa), por amor a la vida, cuando menos, a su belleza, a sus posibilidades que son las nuestras. Así es como se escribe y se compone, así como se guiñan los ojos al amigo. Me refiero, por tanto, a que la verdad la sabemos, la verdad vivible, sin matices extremadamente científicos que me sobran, si es que no es más que una y la misma. Y entonces, aunque nos falte cultura, pasos que dar, libros que leer y tropezones varios, ¿se puede saber ya vivir y no más quedar hacerlo (así lo diría mi amigo Floro)?
Pues miren que creo que sí. Que como Serrat cantaba ese «de vez en cuando la vida nos besa en la boca», yo creo que cuando no, también sabemos qué hacer. Es como si ese día la vida tuviera diarrea, o un esguince, como yo hoy. ¿Y es que por eso la vida no es igual de bella, y es que por eso nosotros no sabemos curarla o dejar de verla la barriga hinchada? La vida es la vida y es bella de por sí, y cuando se nos brinda en cueros o toma con nosotros café, para cuando no. La vida está en nuestros ojos, en nuestro saber. Y la verdad es que yo creo, que siempre, siempre, la vida va en cueros por ahí, sólo es que nosotros creemos que hoy le duele la cabeza. Pero, ¡qué va! A ella, jamás le vendrá mal un piropo lleno de confianza que diga: tú siempre tan bonita, ¿bailamos?