Reconozco que siempre me han atraído tanto las montañas como el espíritu de superación de los montañeros. Esa pasión por escalar una montaña, tan solo «porque está ahí». ¡Qué mejor imagen de esa búsqueda de trascender, de ir más allá, de seguir una aspiración natural en el hombre!
En estos días estamos de luto porque uno de los más grandes montañeros españoles, Iñaki Ochoa de Olza, se ha dejado la vida en el Annapurna, uno de los ocho miles más bellos y difíciles del mundo. ¡Qué pena que no ha podido cumplir sus palabras antes de partir!: «Volver para volver, para seguir viviendo como lo intentamos, con libertad y alegría». Iñaki era un montañero muy especial, con un estilo de escalada de superación, pero que también sabía hasta dónde poder llegar y si era necesario, darse la vuelta.
En una entrevista reciente, Juan Oyarzábal, otro de los mitos del alpinismo español, nos dejaba estas palabras:
–Admiro todo lo que has hecho, pero quería preguntarte qué os mueve, a la hora de hacer proezas como las que tú has realizado, de subir a picos tan altos donde la climatología es tan adversa. ¿Realmente vale la pena arriesgar tanto la vida?
–No se trata de arriesgar la vida, sino de disfrutar de tu convencimiento de que eres capaz de superarte para subir una montaña de 8000 metros. Sin duda, subir una montaña no merece perder ni tan siquiera el más mínimo ápice de una uña.
A Iñaki también le preguntaron qué es lo que mueve a un montañero:
–¿Esa enfermedad del montañismo se cura de alguna manera?
–Prestigiosos doctores, mujeres (y hombres) enamoradas, madres y padres llevan años intentando dar con la medicina y no hay manera. Esto es una pasión, inexplicable en sí misma, y engancha para siempre a quien la sufre (o vive, yo diría).
Es una opción, un camino en la vida, y como toda elección supone dejar otras cosas atrás. Pero nunca me he arrepentido, y siempre he vuelto a casa contento, a recobrar nuevas energías, y partir una vez más, como decía Doug Scout, “atado al mástil como Ulises, buscando esas islas que brillan en el cielo con luz propia”…
Al final, para mí, las montañas y la vida son lo mismo. Cuando me hice profesional, no me gustaba la idea de ir a las montañas tirando de una lista (las catorce montañas de más de 8000 metros) como una penitencia. Quería que cada montaña me aportara algo y fuera un proyecto interesante en sí mismo. Mi vida está hecha de esas montañas y es la motivación que mueve mis pasos.
Antes de subir al Annapurna nos dejó estas bellísimas palabras:
«Esa cima que centellea con rabia solo mide con exactitud nuestra propia vanidad, nuestra impermanencia irremediable. A veces me gustaría ser libre de mis propios deseos, como un budista cualquiera, y ser feliz solo contemplando la belleza de lo que me rodea, sin necesidad de escalarla. Pero esta es una montaña fantástica, y yo un hombre débil, y el deseo ha crecido tanto que ya es difícilmente controlable sin amenazas».
Se nos ha ido Iñaki, pero aún nos quedan esas crónicas que escribía en varios periódicos o en webs como www.navarra8000.com. Descanse en paz, en la cima del mundo.