Hablar del amor a la verdad es hablar de una de las inclinaciones naturales que más nos definen como seres humanos, tan natural como el impulso de orientación que hace crecer a las plantas hacia la luz.
Todo ser humano ama naturalmente la verdad. Nadie quiere caminar por la vida a ciegas sin distinguir ni reconocer lo verdadero de lo falso o cuando menos lo que nos hace bien de lo que nos daña.
Una de sus expresiones más elementales es la necesidad de autenticidad, el rechazo de lo falso, de lo que a veces con medias verdades tiene como intención el engaño. Sinceridad, autenticidad, fidelidad a la verdad son valores sobre los que se alzan pilares sólidos en la construcción de la sociedad y de uno mismo.
En un nivel más profundo se manifiesta como la necesidad de caminar por la vida con sentido y con coherencia. De alguna manera es cierto que despertamos a un segundo nacimiento interno cuando surge en nosotros la necesidad de sentido.
El amor a la verdad lleva consigo el deseo de saber y aprender. Es amor al conocimiento como proyección de la natural curiosidad del niño y de su no menos natural capacidad de asombro, que busca comprender el mundo, indagarlo, experimentarlo, a la vez que se descubre a sí mismo. Este impulso es natural reflejo de la necesidad de autonomía que trata de llevarnos a nuestra propia realización humana en libertad, dotándonos de discernimiento y criterio. Es el despertar de la razón que como guía interna trata de permitirnos vivir con profundidad y sentido, alejándose de la simple sumisión ciega a unas fuerzas, ya se entiendan «naturales» o «sobrenaturales».
El que ama intensamente, busca la verdad y no se conforma con la ausencia de respuestas, ni con la incapacidad propia para encontrarlas, no se resigna y en su empeño trata de superar sus limitaciones.
Ciertamente, como diría Sócrates con tanta insistencia, el problema no es la ignorancia sino la falta de interés por saber; no es no poseer alguna certeza sino la carencia de impulso hacia ella, pues este abandono nos pone a merced de la esclavitud de la ignorancia y sus mercaderes. Cuando al ser humano se le anula su natural tendencia hacia el saber (que muestra la necesidad de querer valerse por sí mismo), ciertamente se le esclaviza en la peor prisión, la de la oscuridad mental, la ignorancia. Pero continuando con Sócrates, la forma más grave de ignorancia no es la del que no sabe, sino la de quien carece de interés por aprender (ya sea por sumisión, pasotismo o vanidad de creer que uno ya sabe lo que hay que saber)
Falso es también el amor a la verdad que se manifiesta como una actitud contemplativa en la lejanía y no dispone de ese impulso de conquista y completura que nos mueve a la aventura, a la conquista de lo que amamos y que nos falta.