Todos hemos oído alguna vez la famosa pregunta:
¿Qué fue antes, el huevo o la gallina?
Y no creo la pregunta ociosa, porque plantea algo profundo de una manera aparentemente tonta, y no es tan tonta la cuestión. Hoy quiero plantearla en otro asunto que igualmente creo que también están encadenados:
¿Qué es antes, el dar o el recibir?
Yo asocio el dar con la generosidad, y el recibir con la gratitud. Y creo que para desarrollar ambas virtudes nos hace falta no solo empeño y perseverancia, sino un cambio de actitud frente a la vida. Ese cambio de actitud se alcanza por un desarrollo paulatino de la conciencia, y comprender que no merecemos nada. Todo lo que recibimos es un regalo.
De la misma manera es preciso darse cuenta de que no tenemos tampoco casi nada que ofrecer, y que, además, lo poco que tenemos nos ha sido dado, y tampoco podemos considerarlo de nuestra propiedad. Así que nuestro dar es, igualmente, regalar.
Pero hay muchas personas que creen que alguien o algo les deben lo que creen merecer. Bien se lo debe Dios, o el destino, o la familia, o los amigos, o… algo. Cualquier cosa que se les dé lo considerarán el pago de una deuda, y no un regalo. Y cuando dan algo esperan que se les corresponda debidamente alguna vez, porque consideran que han dado algo suyo.
Aquel que considera algo de su propiedad, no está dispuesto a darlo gratuitamente a los demás, y se cierra así la puerta de la generosidad.
Y aquel que considera que lo que recibe se le debe, se cierra la puerta al agradecimiento, por lo que no puede conocer la gratitud.
A veces me he planteado si lo primero a aprender, concienciar y llevar a la vida diaria es la generosidad o es, más bien, la gratitud. Aunque yo sospecho que ambas son virtudes hermanas, y además gemelas, de forma que no me resulta posible entender la existencia de la una sin la existencia de la otra.
El generoso es agradecido, y el agradecido es generoso. No suele fallar nunca, al menos a mí nunca me ha fallado. El que no conoce la generosidad no comprende la gratitud, y viceversa.
Hay una frase de Krishna en el Baghavad Gita que dice:
“Se comporta como un ladrón quien recibe las dádivas de los dioses y no les ofrenda parte de ellas”.
Lo que recibimos de los dioses son eso, dádivas, y lo que debemos ofrecerles solo lo podemos hacer a través de sus manifestaciones cercanas en la naturaleza, donde debemos incluir a la humanidad.
Y es un ladrón el que pretende atesorar todo para sí, y además un estúpido, ya que lo que no se siembra se pudre y se pierde, así que su tesoro es de paja, no de oro.
Una vez escuché lo siguiente:
“Semen ritenuto, venenum est”.
Aparte de otras consideraciones fisiológicas que no vienen al caso, viene a decir que la semilla que se guarda, almacena o se retiene, es, o se convierte, en veneno. Nada más cierto. El agua que se pudre es la estancada, no la que corre libremente. Viene a mi memoria ahora la conocida parábola de los talentos.
En este mismo sentido, un sabio nos dijo una vez que deberíamos ser como una caña hueca, por donde el sonido de lo alto, pasando a través de nosotros, resonara aquí, en lo manifestado, beneficiando así a los hombres y a la naturaleza toda. Ese canto celeste lo escuchamos de algunos sabios en forma de alegría, de entusiasmo, de buen humor, de optimismo, sabiduría, humildad y en todas las virtudes que siempre les adornan y que constituyen la esencia y manifestación de su sabiduría.
Nada es nuestro, y tampoco nadie nos debe nada. Con esta conciencia es seguro que nos iría todo mejor. ¿O no?