Esta fábula de Samaniego ha sido reinterpretada de otra manera. Se considera a la hormiga como una criatura gregaria, aburrida y desindividualizada. Un ser demasiado previsible y que sólo vive para trabajar. Sin embargo, nada mejor que la alegre y dionisíaca cigarra, que disfruta el momento y vive al día. Es vividora, holgazana y ociosa.
Actualmente nada se planea a largo plazo. Solo se buscan soluciones en el aquí y ahora, sin importar las consecuencias futuras. Solo algunos idealistas piensan en el futuro, y sueñan dejar la Tierra a las generaciones futuras mejor que como se la encontraron.
En el aspecto económico, se han juntado los peores aspectos de la cigarra y de la hormiga. Por una parte, la falta de previsión de la cigarra, de conciencia del impacto de nuestras acciones en los demás y a lo largo del tiempo. Por otra parte, el exceso de ambición y el acaparamiento desmesurado de la hormiga. No es que la hormiga sea por naturaleza ambiciosa y acaparadora, pero su traducción a términos humanos nos da esa sensación.
En los últimos años hemos vivido una época de expansión y crecimiento en España, en donde mucha gente se ha enriquecido y ha acaparado riqueza de forma desmedida. La ambición ha provocado un interés desorbitado por obtener más y más dinero. Inmobiliarias, constructoras o bancos son un ejemplo de ese enriquecimiento rápido, y de querer vender todo por más de lo que vale y por mucho más de lo que se compró (y aún no se llegó siquiera a pagar). En esta sociedad del “pelotazo” (como se llama en España al enriquecimiento rápido) los ídolos son los promotores inmobiliarios, los que venden su vida privada en la televisión o los deportistas que en una cortísima carrera profesional ganan lo que cien de nosotros durante toda nuestra vida.
Ahora, cuando hemos descubierto la locura de todos estos excesos, cuando hemos visto que las cosas valen mucho menos de lo que nos cuestan, es cuando el problema ya nos afecta a todos y los Gobiernos tienen que poner remedio y el dinero de todos para intentar evitar una situación peor.
Esperamos que en pocos años la situación haya mejorado: si pensamos en ciclos naturales, a un período de excesos le sucede un período de contención, y viceversa. Pero ¿aprenderemos la lección de los excesos cometidos durante los años anteriores para no volver a repetirlos?
El origen de la crisis actual, más que en la ambición para obtener riquezas a corto plazo, está en la pérdida de valores y en la crisis moral de la sociedad, en la que se permite que una persona sola pueda tumbar un banco o la moneda de un país. Que una persona sola gane miles de millones por dar patadas a un balón. Que unos directivos tengan unos ingresos multimillonarios cuando su empresa ha quebrado dejando a muchos sin trabajo.
No se trata solo de ser laboriosa hormiga, sino de procurar que el bien redunde en los demás, no en uno solo. No se trata solo de ser alegre cigarra, sino de pensar cómo pueden afectar nuestras acciones al resto de los seres humanos y valorar el efecto que tienen a largo plazo.
Seamos esperanzados y deseemos que sepamos combinar los aspectos más positivos de ambos animales emblemáticos.