El dios inseguro

Estaba Dios sentado en el borde del mundo, pensando…:  ¿qué puedo hacer con mi vida…?

Miraba hacia delante y lo veía todo confuso. Comprendía cómo funcionaba el mundo: las cosas nacen y mueren, pasan a formar parte de otras mayores, con más sentido. Él era parte de todo aquello también, porque la parte es al todo y el todo a la parte, y por eso se comprenden en su esencia.

Él era el todo y entendía a cada parte, lo cual no quería decir que creyese que siempre habían obrado bien las partes, no. Las partes hacían las cosas bien y mal, pero él las comprendía todas.

Y desde allí, desde esa comprensión, se planteaba si la vida tenía sentido… Es decir, una vez que ya entiendes, ¿para qué mover un dedo? Pero entonces, si no haces nada en tu vida ni con tu vida, ¿para qué estár aquí de un modo tan presente y consciente, y sobre todo, tannnn largo?

Dios estaba inseguro. Comprendía la esencia fundamental de la existencia, pero ¿para qué sirve cada momento una vez que lo comprendes todo? –se decía.

Allí sentado, pensando todo esto, comenzó a darse cuenta de que desde hacía rato estaba oyendo, sin escucharla, la música de las estrellas. Era genial, fantástica, y su esencia, común a todas, se puso a bailar.

Entonces se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo, de por qué se sentía inseguro y confuso. El problema era la perspectiva. Él estaba sentado en el borde del mundo y, por eso, no lograba darse cuenta de su sentido más que de un modo racional, con su enorme ente pensante.

Decidió dar un salto e inmiscuirse como una sola cosa, sin dejar de sentir el baile de su esencia en las esencias de todo lo que existe. Él ya sabía que ese era su sitio; de hecho, él siempre estuvo allí, pero no bailaba…

De repente, se sintió vivo, se dio cuenta de que la clave era el baile, la danza interior al son de lo eterno y lo magnífico. La clave era dejar de ser dios para pasar a ser parte.

Dios no paró de bailar y al poco descubrió el fluir; es una especie de baile interior para avanzados. Eso le encantó, se sintió de verdad parte con todo, con el agua, con cada elemento químico, con cada convulsión y combustión. Y fluyendo, fluyendo, descubrió el flotar, el dejarse ser, el dejar que sea, pero bailando… fluyendo, siempre en su esencia.

Dios decidió que todo lo que hiciera a partir de ahora lo haría sintiéndose así, o no lo haría. Y también aprendió algo muy importante para él: «al igual que aquellos que eran su parte tenían dudas, momentos de incomprensión, soledad o inseguridad y por el mecanismo de que la parte es al todo y el todo a la parte, así, él también sufría de todo eso, igual que los demás sufrían de su Ser».

Y se lo toleró, como se lo toleraba y comprendía a todos. Esto le ayudó a ser un mejor dios, uno más cercano y auténtico, uno que no tenía que ser perfecto.

Desde ese día, dejó de exigirse tanto, pero dio todo de él, que era Todo. Y decidió crear un mundo. Se dio cuenta de que no sabía bien cómo, pero no le importó. Sí sabía dar el primer paso, o al menos lo anhelaba, y se dirigió hacia él, fue hacia ese paso… y creó los cielos y la tierra. Primero pequeños cielos y tierras, sin firma, en planetas poco importantes. Y poco a poco algo mejores, ya con su nombre. Y entonces se sintió seguro para dar el siguiente paso. Vio que la tierra estaba desordenada y vacía, y él aprendió a ordenar. No le importó no saber, fluía y bailaba, era humilde y quería crear.

Entonces dijo: «sea la luz», y la luz sólo fue un poco, pero él creyó en sí mismo y siguió intentándolo, y la luz a veces iba y a veces fallaba, pero al final… fue la luz, como él anheló, como él luchó, como él creó. Y así siguió probando, aprendiendo que un mundo se crea paso a paso, no de un solo golpe. ¿Quién sería capaz de hacer algo grande de repente, de una sola vez, algo realmente propio, realmente bueno?

Lleno de miedo, de ganas, de entusiasmo y de fracasos, llegó a separar las aguas, a poner la hierba, los seres vivientes…

Y con el paso de los intentos, la humildad, el conocimiento perfeccionado y el baile incesante, le quedó un planeta precioso en tonos azulados.

Entonces, Dios miró su obra y sintió que era verdaderamente fruto del sentido de la vida, y se sintió bien consigo mismo. Pensó que todo eso que él había pasado era lo mejor que podía enseñar a los demás. Y desde entonces, les da su esencia y su inseguridad desde el momento en que nacen, para que ellos solos descubran el fluir y se sientan tan grandes como él llegó a ser. Porque el todo es a la parte como la parte es al todo.

FIN

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