Como si de un ritual establecido desde antiguo se tratase, cada comienzo de año solemos desearnos que ese nuevo ciclo del tiempo que se inicia nos traiga toda clase de bienes. Desde nuestro blog nos sumamos a esa tarea de difundir buenos deseos a todos nuestros pacientes lectores, pero también, como aprendices de filósofos, proponemos una breve reflexión sobre el tiempo y los intentos humanos por contenerlo, por dominarlo o incluso por descubrir sus secretos.
El tiempo es una línea continua que sostiene nuestras acciones, que desgasta las cosas y la materia de nuestro cuerpo, una línea constituida por los instantes en los que se resuelve nuestro presente, para convertirse en pasado. Ese tiempo lineal de instantes acumulados nos produce un vértigo que solo puede calmar el otro ritmo del tiempo, el simbólico, el cíclico, el que nos lleva año tras año a vivir el misterio de los orígenes, como si fuese posible empezar de nuevo y conseguir lo que hasta ahora se nos escapaba.
Si somos capaces de concebir estos dos regímenes temporales, es que disponemos de las facultades para hacerlo: la de construir paso a paso el trayecto de los esfuerzos y los trabajos, uno tras otro, y la que nos permite volar en cierta manera por encima de lo cotidiano para elevarnos hacia las realidades atemporales, las que no se encuentran sujetas al desgaste del tiempo, y que se nos manifiestan en forma de ciclos, a través de los cuales descubrimos la Naturaleza y el mundo.
Tras nuestros deseos de que este nuevo año que ahora empieza sea mejor, está el anhelo insoslayable de intuir que es posible liberarse de lo que nos ata y nos impide el vuelo. Para ello, el tiempo tiene que ser nuestro aliado. Como decía el viejo proverbio: «hoy es el primer día del resto de nuestra vida».