En el largo camino de búsqueda del sentido hay lugares de remanso, donde poder calmar las ansiedades y los desconciertos. No se pueden localizar físicamente, o quizá sí, porque en sentido estricto pertenecen al territorio mental donde se forjan los descubrimientos espirituales que aportan cierto «valor añadido» a la vida de todos los días. La experiencia nos va orientando en nuestro tránsito por los laberintos y cuando más necesitados estamos de nuevas propuestas, nos suele conducir a la compañía de los clásicos.
Esta verdad constatada también lo es para el conjunto de la Humanidad, pues cada vez que ha sentido la necesidad de contar con puntos de apoyo válidos para iniciar nuevos ciclos de creatividad y de innovación, ha recurrido a la herencia de los pensadores clásicos, con la seguridad de que en esas obras inmortales reside la posibilidad del encuentro con ciertas formas perfectas o arquetípicas, como modelos eficaces de lo que debe ser. Como si de una ley general de la Historia se tratara o de un modelo que ha demostrado su eficacia en diferentes tiempos y lugares, comprobamos que todas las civilizaciones han forjado sus períodos clásicos, es decir, aquellos especialmente fecundos en las creaciones culturales, siguiendo la inspiración de sus sabios atemporales, a los que se han ido uniendo seguidores o discípulos de los nuevos tiempos, como si un sistema establecido en cadena fuera garantizando la continuidad de la sabiduría perenne, la que vence al desgaste del presente, tal como la definían en el Renacimiento.
En medio del ruido ensordecedor de las infinitas opiniones contradictorias, de los escepticismos que nos paralizan, como si no hubiese salida para nuestras perplejidades, acercarnos de nuevo a los clásicos es la mejor estrategia para recuperar la serenidad y volver a la convicción de que es posible encontrar respuestas para las preguntas que nos hacemos, por encima y más allá de la presión de los acontecimientos cotidianos. Es un valor seguro para contrarrestar las incertidumbres, la base más sólida para fundamentar nuestras propias reflexiones y elaborar el mapa mental que nos sirva de orientación por el camino de la vida, en lo individual y en lo colectivo.
Volver a los clásicos sigue siendo la mejor invitación para los inquietos. En sus páginas, descubrimos el misterio de la actualidad perenne de sus planteamientos sabios, la vigencia de sus reflexiones, los secretos sobre la naturaleza humana que nos revelan. Por eso les hemos vuelto a dar voz y espacio, con el estímulo de poder ofrecer a nuestros lectores uno de esos remansos seguros donde recuperar fuerzas para seguir adelante por el camino de la experiencia.
Es verdad, cuando lei a Seneca «la brevedad de la vida» comprendi mejor como vivir e incluso a tener menos miedo para lo que es algo tan natural como morir.