¿Pensábamos que lo de chismorrear era una enfermedad propia de nuestro tiempo? ¿Que era un invento de las teles? (Bueno, hay que reconocer que fomentan mucho este asunto, para qué nos vamos a engañar). Pero ya Francisco Rodríguez Marín, a caballo entre el siglo XIX y el XX, escribió este soneto al que tituló
CHISMOGRAFÍA
Dícenme que decís, ex reina mía,
que os dicen que yo he dicho aquel secreto.
Y yo digo que os digo en un soneto
que es decir por decir tal tontería.
¡Que tal cosa digáis!… ¡Quién lo diría!
¡Digo! ¿Iba yo a decir?… Digo y prometo
que digan lo que digan, yo respeto
lo que decís que os dije el otro día.
No digo que no digan (y me aflige)
lo que decís que dicen, pues barrunto
que dicen que hay quien dice por capricho.
Mas decid vos que digo que no dije
lo que dicen que dije de este asunto:
ni dije, ni diré. ¡Lo dicho, dicho!
Más allá de la broma, como amantes de la filosofía, hemos de preferir la verdad a las medidas verdades, a las opiniones gratuitas, a creernos a pies juntillas lo que repite la mayoría sin contrastarlo con nuestro propio criterio.
Ya nos avisó Platón de que entre la verdad y la ignorancia hay un largo camino de opiniones. Pero sería bueno que, por lo menos como meta, aspiremos a no enredarnos en las opiniones vacías y pretendamos rescatar una gota de verdad antes que alimentar los dimes y diretes de los demás y los que ponemos nosotros mismos en circulación.
Como dijo Marco Aurelio: “Si eso no es bueno, no lo hagas; si no es verdad, no lo digas; tú eres quien debes juzgarlo”.