Cuentan las crónicas que el Inca Pachacutec era un rey sabio, que gobernaba a su pueblo con justicia; era un hombre que sabía, además, extraer lecciones de la vida y de las experiencias.
En cierta ocasión en que visitaba una ciudad de su vasto territorio, se tropezó con una escena que le sobrecogió vivamente: un animal de los que abundan en aquellas regiones andinas, especie de zorro con algo de perro-lobo, había caído en una ciénaga, de la que con denodados esfuerzos intentaba salir. El inca, que era un hombre piadoso para con el sufrimiento ajeno, detuvo su comitiva, se inclinó ante el cánido en apuros y le ofreció su brazo para que pudiera agarrarse, pero en lugar de hacerlo, tras mostrar sus afilados dientes, mordió ferozmente el brazo del inca, que intentaba salvarle. La reacción del animal indignó a los cortesanos, siempre tan obsecuentes con quien tiene el mando, y rápidamente, se aprestaron a matarlo allí mismo. Pero una vez más, la sabiduría de Pachacutec, de la que tantos ejemplos quedaron reseñados, supo ver más allá de las apariencias y detuvo aquellas manos vengadoras de sus súbditos. «No lo hagáis –dijo mientras alguien curaba sus heridas–, pues ha reaccionado igual que los pueblos que están sometidos a la tiranía y la explotación; acostumbrados a recibir nada más que injusticias y castigos de quienes los gobiernan, no saben reconocer al principio el trato justo que aliviará sus males. Pero con un poco de paciencia y perseverancia hay que mostrarles que les ha llegado la hora de la liberación».
Así fue, en efecto, pues el inca, con exquisita delicadeza, acarició la cabeza del animal, le habló con dulzura y, poco a poco, este, salió finalmente de la ciénaga. Y cuentan las crónicas que desde entonces fue el compañero fiel de aquel rey legendario, y jamás se apartó de su servicio. Lo que no nos llegan a describir con exactitud es si quienes presenciaron la escena extrajeron de lo vivido la lección que su rey acababa de brindarles, y si eliminaron en sus conductas el abuso de poder, el afán por el lucro a costa de los demás y otros vicios frecuentes en los gobernantes, pero eso es ya otra historia.
Sin ser tan sabios como Pachacutec, a veces nos ocurre algo semejante, cuando nos encontramos con gentes tan desilusionadas por las decepciones y las traiciones que no son capaces de reconocer la transparencia de nuestros ofrecimientos de ayuda y colaboración, y tienden a ver en nuestra buena voluntad y en nuestras acciones desinteresadas torcidas intenciones oscuras, de modo que reaccionan con una inusitada agresividad, que no es más que el resultado de sus nefastas experiencias. Otras veces somos nosotros los apaleados y negamos a quienes nos vamos encontrando por la vida el beneficio de nuestra confianza, o quizá de nuestra amistad, saturados como estamos de haber orientado nuestros pasos en la dirección equivocada. Y así vamos manejando estereotipos negativos, y cerrándonos puertas que nos podrían llevar a espacios y experiencias dignas de atesorarse en nuestros recuerdos. A base de padecer la injusticia, nos volvemos nosotros injustos y malos, y no sabemos reconocer la mano que quizá nos ofrece el destino para sacarnos de la ciénaga. Por eso quizá nos venga bien recordar el noble mensaje de la historia del Inca Pachacutec y ejercitarnos en la paciencia que nos recomendaba.
Hermoso artículo que me ha llevado a reflexionar sobre la confianza que debemos dar y aprender a recibir de nosotros mismos y de los demás.
Gracías.
María Gómez