Mi nombre es Sentido Común y vivo en el piso de arriba de un alto edificio de la ciudad. Hace tiempo que me siento solo.
Pertenezco a una familia de alcurnia venida a menos y, aunque en tiempos antiguos éramos muchos, parece que mi linaje está a punto de extinguirse, porque el número de los “Común” hoy es bastante reducido.
Poseo una factoría de pequeños electrodomésticos muy útiles en las tareas cotidianas de los hogares. Aunque la empresa iba viento en popa, actualmente las cosas se han torcido, en parte por la competencia desleal, y en parte porque no he sabido hacerme ver lo suficiente ante mis clientes.
Ha pasado ya bastante tiempo desde que comenzó el largo viaje que retiene a mi esposa Sabiduría fuera de casa.
Las cosas empezaron a marchar mal cuando llegó a casa Ignorancia, como ave de mal agüero, una prima lejana de la que ni nos acordábamos y que se presentó de improviso con sus maletas y su acelerada forma de hablar solicitando hospedaje con la disculpa de los lazos familiares. En realidad, no había tales lazos, pues ella pertenece a una rama bastarda de la familia con la que apenas teníamos trato.
La verdad es que en dos días causó un buen estropicio en nuestra ordenada morada, por lo que tuvimos que invitarla amablemente a que se trasladara de residencia con la excusa de que sus inclinaciones, altamente creativas, se verían mejor expresadas en otro lugar, sin el estorbo de unos familiares ñoños como nosotros. Lo único que pretendíamos, por supuesto, era evitar que el caos nos invadiera.
Se fue de mala gana, dibujando una forzada sonrisa en su cara poco agraciada, pero su capacidad de torpedear a la gente con sus palabras, salidas de su boca a una velocidad suficiente como para no permitir analizarlas, hizo que pronto encontrara nuevo alojamiento. Es más, su sonrisa engañosa y lo ameno de sus chismes le abrieron muchas puertas. De hecho, nadie parecía detectar que los noticiones los fabricaba ella y que estaba consiguiendo vivir de la sopa boba con una facilidad alarmante. Hay que reconocer que “Igno” siempre supo camelar al más pintado si le pillaba suficientemente desprevenido y abierto a sus ardides.
En fin, creo que lo he dejado correr demasiado tiempo: es el momento de tomar cartas en el asunto antes de que todo se vaya al garete.
“Igno” consiguió engatusar pronto a Miedo y, después de una boda rápida y discreta, empezaron a procrear de una manera preocupante en estos tiempos de escasez. En sus vástagos se leía su ascendencia. De casta le viene al galgo.
No eran agraciados, en esto salían a sus padres, pero poseían como ellos una expresión inocente y dulzona que provocaba simpatía. Vamos, que se metían en cualquier casa y lograban sus fines con relativa facilidad. Engaño, Vanidad y Egoísmo fueron los primeros trillizos.
¡Cómo echo de menos a Sabiduría, mi bella y radiante esposa!
Tenemos unos hijos preciosos. Elegancia, Amor y Alegría son unos chicos estupendos que han sabido independizarse enseguida. Ahí están, trabajando para labrarse un futuro, aunque hoy, la competencia es feroz.
Voluntad, la más pequeña, es la que me preocupa. Anda un poco torpe para su edad, pero algo me dice que cuando se fortalezca, nos va a dar muchas satisfacciones. Menos mal que su tío vela por ella cuando yo no estoy en casa. Ejemplo siempre ha sido un padrazo y nadie tiene más confianza que él en que algún día nos sorprenderá a todos.
Voluntad tiene un defecto congénito que la obliga a hacer ejercicios de rehabilitación para poder crecer. Ha querido permanecer a mi lado, no por llevarse mal con “Sab”, a la que adora, sino por una especie de afinidad de caracteres conmigo. A veces creo que el ver a su madre tan segura y tan diestra en alcanzar las metas que se propone, la hace sentirse más torpe de lo que en realidad es.
Yo me alegré de su decisión, no por mí sino por ella, porque aquí podía ver más a menudo a su tío. Ejemplo siempre tuvo un don para los pequeños y, en el caso de Voluntad, nadie como él sabe motivarla para hacer su gimnasia (que es un poco rollo, la verdad, pero ineludible). Por eso, quizás, “Sab” nunca puso ninguna objeción al asunto.
Miedo, a instancias de su mujer, montó una fábrica, también de electrodomésticos, que acelera el proceso considerablemente. El resultado es un sucedáneo de productos frágiles, pero su apariencia exterior es deslumbrante.
“Igno” me dijo que no tenía nada que ver con lo que nosotros producíamos (eso ya lo sabía yo) y que por tanto no nos podíamos considerar mutuamente “la competencia”. Lo cierto es que los clientes no advierten la diferencia y los promotores de la nueva empresa no ponen mucho empeño en sacarlos de su error.
Y aquí estoy yo, Sentido Común, queriendo poner las cosas en su sitio. Todavía hay esperanza. Algunos usuarios han empezado a presentar reclamaciones, y es el momento de aclarar las cosas.
Sentido Común terminó de arreglarse; con su toque juvenil a la vez que serio, respiró hondo, agarró su maletín y mirando al frente con expresión tranquila, traspasó el umbral.
Melinda, tienes una gran imaginación. Nunca se me habría ocurrido hablar de virtudes y defectos en términos tan, pero que tan familiares…