El miedo es algo curioso. Es un invitado que nadie quiere en su casa, y está especializado en vestirse con distintos trajes según la ocasión.
Todos tenemos miedo. A veces, sabemos exactamente a qué: a los ascensores, a la oscuridad… Estos son miedos sencillitos de reconocer. Eso es bueno, porque con empeño y los medios adecuados, hasta podemos controlarlos.
Están también los miedos de otro tipo: a perder el trabajo, a que me ponga malito… Son un pelín más fastidiosos a la hora de darles esquinazo, pero bueno, sabemos dónde están y siempre podemos tomar una gran decisión e ir a por ellos.
Y luego hay otros que son más eficaces porque no van vestidos de miedo, sino de alguna otra cosa. El más común es el traje de “no-me-interesa” o “no-me-preocupa”. Son del tipo del miedo a la muerte, a la soledad, a la incertidumbre de la vida. Se dejan ver cuando nos llegan esas preguntas latosas de quién soy, de dónde vengo, para qué estoy aquí…
Es fácil sortearlos (porque ya estamos entrenados). Solo hay que mirar para otro lado y se acaba el problema, como los niños cuando se tapan los ojos para que nadie los encuentre.
Pero… hay una pega. Eso solo funciona momentáneamente. Mal que nos pese, la única manera de vencer los miedos es cogiendo el toro por los cuernos, y conviene en este caso tener una visión panorámica para actuar con el menor riesgo posible.
La filosofía es la mejor guía para enfrentar nuestros miedos. Encontrar pequeñas respuestas nos permite recibir en dosis un poco de valor, lo suficiente para seguir. Pero es de Perogrullo que antes de las respuestas hay que dejar entrar en casa a las preguntas.
Lo bueno es que si decidimos recorrer este camino de la filosofía, vamos a sorprendernos con la cantidad de buenos consejos que los filósofos de todos los tiempos nos han dejado. No son ideas sesudas que no hay quien las entienda, sino fórmulas sencillitas que podemos aplicar a nuestros diarios quehaceres.
La filosofía nos ayuda a reconocer las piezas del rompecabezas y colocarlas en su sitio, desde cómo no desesperarnos si perdemos el empleo a cómo ser testigos de las catástrofes y desmanes que nos presentan los telediarios sin pedir cuentas a Dios por permitirlo.
La filosofía nos permite no tener miedo a vivir, y no sentirnos impotentes ante cualquier circunstancia. El miedo se alivia cuando sabemos contra quién o contra qué emplear nuestros recursos. Cuando alguien decide adoptar una actitud filosófica ante la vida, los amos de la caverna de Platón exclaman: ¡qué miedo!
Pues sí, todos los casos que comentas son el puro día a día de todos, y las respuestas es preciso buscarlas en los sabios.
Un saludo.