Al ver cotidianamente las noticias del mundo (que hay que hacer ganas…), en cada noticiario encuentro a personajes encargados de velar por los intereses de los ciudadanos que están acusados de corrupción y falta de honestidad. Esto, en muchos sitios, como España, se ha convertido en el pan de cada día.
Después vienen las historias de los muchos desamparados que tienen que preocuparse cada día de mantenerse vivos si es que les tocó nacer en un país que está en guerra, o sin recursos para subsistir, o fagocitado por otros; o de no deprimirse por el vacío de su existencia si les tocó nacer ricos pero sin un sentido para su vida.
Así que uno piensa que vaya un fiasco: los de a pie entendemos la diferencia entre ser honrado y no serlo, entre hacer una labor en favor de los demás o en beneficio propio, y por supuesto, hay de todo en la viña del Señor y ejemplos de las dos cosas. Pero uno parece esperar que los que están más arriba tengan un poco más de vergüenza, un poco más de solidaridad, un poco más de compromiso con las generaciones futuras… En fin: un poco más.
Por eso, cuando he escuchado a José Mújica, todo un Jefe de Estado (de Uruguay), hablar alto y claro delante de unos cuantos gobernantes, de esos que rigen los destinos de millones de personas, he sentido una sensación de alivio.
Explicaba que si los hindúes tuvieran la misma proporción de automóviles por familia que los alemanes, no nos quedaría oxígeno en el planeta para respirar, así que habría que tener cuidado con promover una economía de consumo y despilfarro como el de las opulentas sociedades occidentales. También se preguntaba delante de los jefes del mundo si se puede hablar de solidaridad en una economía que se basa en la competencia despiadada. El caso de sus compatriotas es muy ilustrativo (y no les pasa solo a ellos): los trabajadores lucharon por conseguir una jornada laboral de 8 horas, y cuando lo consiguieron, buscaron llegar a 6 horas. Ahora, los que tienen una jornada de 6 horas, se buscan otro trabajo y así trabajan más que al principio. ¿Por qué? Para pagar las letras del coche, la moto, el viaje, etc.
Dice el presidente de Uruguay: “¿Ese es el destino de la vida humana? El desarrollo no puede ser en contra de la felicidad humana”.
Todos queremos que el mundo vaya un poco mejor (o no tan rematadamente mal como va) y he recordado lo que repitieron los filósofos de todos los tiempos: el que gobierna ha de ser filósofo, porque ha de hacerse las preguntas fundamentales para dirigir su vida y poder dirigir la de los demás.
Entre la arena, hay perlas enterradas, ejemplos de esos que le impulsan a uno a querer remar con esfuerzo contra la corriente apoyando a los que ya lo están haciendo. Y es que a mí me reconforta oír cosas como estas, y más si lo dice un jefe de Estado. Esto le da a uno mucha moral.
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