Cierto día un recién llegado a un pueblo donde vivía un sabio, llegó hasta él y le dijo:
–¿Qué clase de gente vive aquí?
El sabio respondió con otra pregunta:
–¿Qué clase de gente era la que vive en el pueblo de donde viniste?
El recién llegado replicó:
–¡Oh! Son unos miserables, hostiles, mezquinos, sin sentimientos de comunidad y es muy difícil convivir con ellos.
–Bien –dijo el sabio–, esa misma clase encontrarás aquí también.
Al poco tiempo, otro visitante del sabio hizo la misma pregunta:
–¿Qué clase de gente es la que vive aquí?
El anciano replicó preguntando:
–¿Cómo era la gente del lugar de donde vienes?
–¡Oh! –respondió el segundo forastero–, eran personas espléndidas, bondadosas, buenos amigos y llenos de bondad.
–Entonces –dijo el sabio– la misma gente encontrarás aquí.
(Henry Thomas Hamblin)
Y pensando, pensando, me pregunté si muchas veces no juzgamos a los demás sin darnos cuenta de que nuestros juicios, prejuicios y forma de entender las situaciones nos condicionan y nos ciegan ante muchos aspectos positivos que nos podrían aportar aquellos que son distintos a nosotros, o que tienen otras opiniones.
Y recordé lo que dice el diccionario que es la tolerancia: “respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás CUANDO SON DIFERENTES o contrarias a las propias”.
Vamos, que respetar lo que va de acuerdo con nosotros no tiene mucho mérito. Sería de tontos no hacerlo… Y de tolerancia, eso no tiene nada…
Pues sí…