No deja de sorprenderme el enorme esfuerzo que está haciendo la ciencia en desentrañar las claves del comportamiento humano, para poder predecirlo.
La neurociencia investiga tenazmente los mecanismos del aprendizaje y nuestras redes neuronales. Los psicólogos estudian las reacciones grupales e individuales, y elaboran complejos perfiles para identificar los distintos comportamientos humanos.
Si eres del tipo “conservador”, tienes más posibilidades de ser fiel a tu producto de toda la vida que el tipo “aventurero”, que estará más predispuesto a dejarse seducir por la publicidad de un nuevo detergente. Tristemente, uno de los objetivos finales de la búsqueda de ese conocimiento es predecir comportamientos de compra o los movimientos sociales.
Quieren saber cómo reaccionamos ante los colores, ante los sabores, ante las palabras y los sonidos. Quieren saber qué zonas de nuestro cerebro se iluminan cuando sentimos dolor o cuando sentimos amor. Quieren saber por qué elegimos unos productos en lugar de otros, por qué contratamos la hipoteca con un banco y no con otro. También quieren saber qué películas van a tener éxito antes de que aparezcan, antes de invertir millones en producirlas, quieren saber si les reportarán aún más millones en la taquilla.
Ese valioso conocimiento se usa también para tratar de crear máquinas cada vez más inteligentes, que piensen como nosotros pero no sean como nosotros. Se estudia el cerebro para imitarlo sobre chips y nanotecnología. Por eso también quieren saber qué estructura tiene el pensamiento y cómo se establecen las redes neuronales. Cómo puede realizar múltiples operaciones al mismo tiempo con un gasto de energía mínimo. Quieren poder imitar su eficiencia y crear cerebros electrónicos cada vez más potentes y que consuman menos.
Todo esto está muy bien, pero ese afán desmedido por mirar hacia fuera, por descubrir lo que hacen las cosas y cómo las hacen, aparta el foco del interior, del mundo de los porqués. ¿Por qué ese deseo de vender a toda costa? ¿Por qué hacer que el mundo se mueva alrededor del consumo, de la compra y la venta? ¿Por qué se manipula el lenguaje para encauzar el uso que hacemos de nuestro dinero? ¿Por qué toda esa locura cuando sería tan fácil vivir bien con lo necesario?
Sí, me sorprende toda esa maquinaria, pesada y fría, que pone ante nuestros ojos ilusiones sobre lo que queremos y lo que no queremos. Las imágenes se suceden, los mensajes son moldes, copias cínicas de palabras vacías. Siempre hay caras sonrientes, personas despreocupadas y una invitación a comprar. Luego, a solas con nuestra vida, queremos saber por qué no somos tan felices como la chica del anuncio, y no alcanzamos a respondernos que por mucho que lleguen a saber cómo reaccionamos por fuera, dentro, en nuestro interior, la felicidad que queremos ni se compra ni tiene precio.
Fátima Gordillo
El artículo es muy interesante, la forma que se plantean diferentes dudas.
El en blog http://www.eltiempoderealizar.es, se plantean estos mismos planteamientos, buscando y observando diferentes puntos de vista.
En el artículo del enlace nos planteamos si la filosofía y la tecnología serán capaces de salvarnos de la autodestrucción, algo que se ve desde leguas:
http://www.eltiempoderealizar.es/filosofia-y-tecnologia-pueden-salvarnos-de-la-autodestruccion/
Cuando señalas que «la felicidad que queremos ni se compra ni tiene precio»; entonces cómo has de alcanzar la felicidad?
Cuando te planteas que la filosofía es el camino, que la vía discipular te ayudará a ser feliz, por qué aun con las enseñanzas, aun te sientes infeliz?, no te parece que también es estar viviendo en una burbuja, fuera de una realidad donde tenemos otras prioridades para sobrevivir?