Tal vez no lo dijo de la misma manera, pero esa era la idea.
La ansiedad del tiempo (que se emparenta mucho con la impaciencia) es una enfermedad más propia de nosotros, los actuales, que de ellos, los antiguos. ¿Por qué tenemos siempre tanta prisa?
Alguien dijo que la prisa consiste en tener el cuerpo en un sitio y la mente en otro. Y nosotros, que practicamos cotidianamente eso de tener la mente en otro sitio, solemos experimentar sus consecuencias. Sabemos muy bien a qué sabe el desasosiego que va con la vida moderna, el estrés, la hiperactividad, el “quiero y no llego” que se repite una y otra vez, aunque a veces no entendamos qué tiene eso que ver con el tipo de vida que llevamos.
Si echamos un vistazo alrededor, es un sinvivir. A todas horas y en todas partes nos bombardea un cúmulo de estímulos, de mensajes, de propuestas para tomar decisiones, pequeñas y grandes (compre esto, venda lo otro, hazte un seguro, lleva a los niños a clase, come, haz deporte…). Y todo, rápidamente. Hasta la lentitud la queremos de inmediato. Así que llegamos al final del día con un ritmo acelerado en el que no hemos encontrado un espacio para reflexionar. ¿Y para qué queremos reflexionar? Pues para preguntarnos qué es lo realmente importante.
Nuestra actitud ha provocado que pasemos superficialmente por la vida y que dependamos cada vez más de los relojes (aunque ya los relojes se miran menos que el móvil, que también da la hora…). Deberíamos parar un momento (aunque tengamos prisa) para pensar sobre ello.
En 1997, la velocidad visual de un episodio de Pokemon emitido en la televisión japonesa provocó un ataque epiléptico masivo a 700 niños que tuvieron que ser atendidos en urgencias. No se percibía a simple vista, pero pasó. Y lo mismo nos va a pasar a nosotros, que nos vamos a cortocircuitar.
Citando a Carl Honoré, nadie diría en su lecho de muerte: “Ojalá hubiera pasado más tiempo en la oficina o viendo la tele”, y, sin embargo, son las ocupaciones a las que más tiempo dedicamos.
Las pantallas del televisor, los videojuegos o el ordenador se han convertido en el agujero negro del tiempo. Succionan las horas de ocio y nos dejan cansados, hiperestimulados y sin arena en el reloj. Nada que ver con los divinos ocios de Platón, que eran los que nos enriquecían humanamente y hacían que el tiempo adquiriera una dimensión más profunda.
Con igual concepto de lo importante y 2500 años antes de las pantallas, Séneca afirmaba que no es que la vida sea corta sino que desperdiciamos mucho tiempo.
Así que, llegamos a la pregunta importante: ¿para qué es la vida?
Esopo nos contó la historia de aquella liebre pagada de sí misma que pensaba que lo importante era ir más rápido para vencer en carrera singular a aquella ingenua tortuga. Así que se llevó una sorpresa morrocotuda cuando, tras un ligero despiste, retomó su carrera con mucha prisa y, fuera de todo pronóstico, cruzó la meta detrás del caparazón con patas.
La liebre se olvidó de que lo importante no era ir rápido. Lo importante era saber adónde iba y llegar a tiempo. Aprendamos.
Excelente y oportuna reflexión.
Gracias por compartir esto.
A veces vamos con un paso firme y veloz, pero ¿hacia dónde? ¿Para qué?
Saludos
Me encanto el texto.
Tal vez, desde que lo publicaste, no había tenido mayor actualidad que ahora (13-IV-20) cuando el Mundo padece la Pandemia COV-19.
La sabiduría trasciende los siglos.
Felicitaciones por la intemporalidad.
No importa la lentitud en la que avances; siempre y cuando no te detengas.
Saludos.