A pocos metros de aquí hay un escaparate. Desde que frecuento esta zona de la ciudad siempre ha estado vacío, siendo tan solo un espacio tras un cristal.
Pero cierto día me sorprendió ver en la blanca pared del fondo una frase: “Esto es una sombra”. Pronto comprendí que efectivamente era una sombra, la sombra de unas palabras que alguien había escrito en color plateado sobre el cristal y que apenas se percibían.
Cada día al pasar por el escaparate buscaba la frase, esto es una sombra, y algo tan sencillo, que no sé si escribió un bromista o un filósofo, me sumía en profundas reflexiones. Y me llevaba a querer advertir a quienes se cruzaban en mi camino: “esto que veis de mí también es una sombra e igualmente yo soy solo el reflejo de unas letras de plata”.
Y así seguía siempre cavilando: ¿quién las escribió?, ¿por qué lo hizo?
Hace poco limpiaron el cristal; ya no están las imperceptibles letras ni la visible sombra, pero cada día la recuerdo, probablemente porque el misterio del escritor envuelva el mensaje. No están las letras ni la sombra, tan solo un cristal polvoriento que se ha convertido para mí en el símbolo de la existencia.