No es ninguna orden, es una verdad como un templo.
No, no te puedes bañar dos veces en el mismo río. La corriente no se detiene, y su movimiento hace que el agua que contemplabas ayer, hoy ya esté lejos, río abajo. El río de hoy parece el mismo pero no es igual. Es cambiante y ha cambiado.
El río, la vida, discurre por el mismo cauce, pero esconde pequeños secretos en su caudal. Aprovechar el río de hoy es dar un paso para enfrentar la aventura de vivir en su verdadero sentido, priorizando lo profundo sobre lo superficial. Y nuestra vida, siempre la misma y siempre distinta, nos ofrece cada día la posibilidad de aprender algo sobre nosotros mismos y, como consecuencia, sobre cómo funciona el existir.
Cuántas veces, ante cosas que consideramos importantes, decimos: «le prestaré atención mañana», «cuando tenga más tiempo», «cuando me libere de estas ocupaciones que me atrapan ahora». Pero ¿alguien tiene la absoluta certeza de que estará aquí mañana?
Como filósofos, sabemos que las oportunidades importantes no se refieren a hacernos más ricos, conseguir mejor figura o aumentar nuestras comodidades. En realidad, posiblemente sea lo contrario y consista en restar color a los aspectos prescindibles y priorizar la vida de verdad, la que nos hace preguntarnos por qué estoy vivo precisamente ahora y precisamente aquí, por qué nací como soy y no de otra manera, por qué me tocaron estas circunstancias y no otras, qué sentido tendría que me pueda hacer preguntas si no pudiera encontrar respuestas… y tantas otras cuestiones.
Decía H. P. Blavatsky que ningún ser humano muere demente o inconsciente. En el último suspiro tiene un momento de absoluta lucidez, ve lo que le sucedió en vida, las decisiones que tomó por acción u omisión y sus consecuencias. Y en los momentos de lucidez no hay espacio para los autoengaños.
El río pasa, sí, pero permanezcamos atentos y activos. Atentos para ver qué aprendemos en cada tramo. Activos para intervenir en los acontecimientos de verdadero significado, y hacerlo siempre en la dirección que nos lleve hacia el bien, la verdad, la justicia o la belleza. Son decisiones únicas para momentos únicos. Y son exclusivamente y por completo de cada uno.
A veces, el río transcurre plácido; otras veces se agita salpicando, invadiendo las riberas, embravecido por las tormentas del exterior. Pero el río es río, y terminará en el mar, sean cuales sean las aventuras que haya atravesado en su trayecto.
Observar el metafórico río de Heráclito nos permite intuir que hay algo que permanece y algo que se va. Todo se mueve, pero el río nunca retrocede, no podemos regresar a un tramo por el que ya pasamos. Las circunstancias nunca son idénticas, las posibilidades no se repiten exactamente igual, nosotros no somos los mismos ante una situación dada, porque nos vamos modificando con la experiencia pasada de errores y aciertos («pero yo ya no soy yo, ni mi casa es ya mi casa», decía García Lorca).
Lo importante y lo accesorio. Lo profundo y lo superficial. Un río lleno de enseñanzas. Sería hora de ponernos en serio a descifrar la vida, ¿no? Más que nada, por llevarnos algo interesante cuando nos vayamos. Tal vez nos haga falta.
Qué lince era Heráclito: pues no, no te puedes bañar dos veces en las mismas aguas.

