Creo que sería muy interesante, especialmente para nosotros los blogueros, que lo usamos como medio de comunicación, saber cómo comenzó todo esto de los ordenadores.
¿De dónde salieron? La respuesta es que salieron de un telar, del telar de Jacquard.
Aunque nos parezca increíble, el intento de mecanizar los procesos mentales que llamamos “cálculos” es muy antiguo. Parece ser que los chinos fueron los primeros en crear un artefacto de cálculo, el que hoy conocemos con el nombre de ábaco. El ábaco puede ser considerado como el Machina antecesor de las calculadoras.
Pero sin lugar a dudas, los antecesores directos de los modernos ordenadores son las máquinas diseñadas por Charles Babbage. C. Babbage nació el 26 de diciembre de 1792 en las afueras de Londres. Desde muy joven se interesó profesionalmente por las ciencias naturales y las matemáticas, junto con sus dos grandes aficiones: la filosofía y lo sobrenatural. Estas aficiones llegaron a dar nacimiento a un club de aficionados a los fantasmas, dedicados a recoger información sobre los fenómenos sobrenaturales.
Comenzó sus estudios formales en Cambridge, Inglaterra, y desde allí paso a la Universidad Peterhouse, donde estudió matemáticas y química.
Charles Babbage se dio cuenta de que confeccionar tablas matemáticas, muy necesarias para la navegación en esa época, era un trabajo pesado y aburrido, en el que se cometían además frecuentes errores. Así que intentó encontrar un método por el cual pudieran ser calculadas automáticamente por una máquina, sin errores y sin aburrimiento.
Presentó su primer modelo, que llamó Máquina Diferencial, en la Royal Astronomical Society, en 1822. La máquina que presentó estaba compuesta de cilindros dentados encajados entre sí. La Society aprobó su idea, y el Gobierno británico invirtió 1500 £ en el prototipo. Pero tras largos años de esfuerzo y un gasto final de 17.000 £, no pudo hacer que la máquina funcionara bien.
Este contratiempo no desanimó a C. Babbage, que diseñó un nuevo modelo que llamó Máquina Analítica. Este proyecto era mucho más ambicioso que el anterior, pues quería construir una máquina capaz de hacer cualquier tipo de cálculos, y no como el modelo anterior, que hacia cálculos fijos, por lo que para ello requería que fuese programable.
El diseño de la máquina ya estaba listo, las ruedas dentadas y gran parte de la mecánica, o sea, todo el hardware, funcionaba perfectamente, pero el software, la parte programable, parecía más difícil y además nunca antes se había intentado nada parecido.
La pregunta que C. Babbage tenía ante sí, era: ¿cómo pasar información a un montón de engranajes, poleas y piezas varias de metal? La idea parece que le vino observando cómo un telar de Jacquard era capaz de tejer variados y complicados diseños, gracias a la información que le suministraban unas tarjetas perforadas. Por esa razón los primero ordenadores utilizaron tarjetas perforadas.
A pesar de esta gran contribución a la ciencia y a la industria, cuando The Times anunció su muerte, acaecida en 1871, la verdad es que no lo conocía casi nadie. La difusión de su trabajo se lo debemos a Ada, condesa de Lovelace, hija de Lord Byron. Ada tuvo una clara idea de la utilidad de la máquina y expuso una admirable visión respecto a su potencial. La condesa ideó un plan, un programa, para la máquina de Babbage, por lo que este plan es considerado el primer programa de ordenador y por ello se considera a Ada la primera programadora de la historia. En su memoria existe un lenguaje de programación desarrollado por el Departamento de Defensa de EE.UU. en 1979 que lleva su nombre: ADA.
En su honor también se compuso un bello un poema, que dice así:
Los sastres lo denominaban El Estampado a cuadros de Ada,
la señora que había programado el telar Jacquard para que tejiera álgebra pura.
En su barrio, C. Babbage sí era una persona conocida, pero no por su contribución a la ciencia, sino por su lucha contra los ruidos callejeros, la contaminación acústica diríamos hoy, en la que también fue pionero. Según él mismo confesaba, el ruido reducía en un 25% su potencial productivo.
En sus últimos años de vida, C. Babbage estaba completamente arruinado, ya que había invertido toda su vida y todo su dinero en la construcción de estas máquinas, sin las cuales hoy la vida sería muy diferente.
Como reconocimiento, el Parlamento inglés decidió ofrecerle un título de nobleza, pero Babbage rehusó amablemente el ofrecimiento y a cambio pidió una pensión vitalicia que nunca le fue concedida.
A su entierro en el cementerio de Kensal Green no acudió nadie.