Como aficionado a la música clásica, más de una vez me pregunté si llegaría un día en que ninguna música más me podría sorprender, puesto que la música clásica, «por definición», estaba ya toda escrita en siglos anteriores. Posteriormente me di cuenta de que afortunadamente esto no iba a ocurrir porque la cantidad es tan grande que nunca escuchas todo, porque se siguen descubriendo partituras de músicos clásicos y porque uno va ampliando sus gustos musicales y descubre que, por ejemplo, la música de las bandas sonoras de las películas actuales son la continuación de las sinfonías de dos siglos atrás.
En otra ocasión mencioné que había adquirido un Ipod con capacidad de almacenar cientos y cientos de horas de música. Lo que no había comentado es que lo adquirí de «segunda mano», comprado por Internet a una joven de Texas. El Ipod contenía casi cuatro mil canciones, y no quise tirar a la basura semejante trabajo de recopilación. Más o menos organicé la música por estilos y después he añadido la que a mí me gusta. Tenía cientos de canciones de lo que yo llamaba heavy, de rock o de country. Incluso algo de música clásica y pop comercial. Con el Ipod comprendí lo fácil que era hacer una emisora del tipo de la española Kiss-FM: bastaba tener unas mil canciones (algunos mal pensados dirían que con cien es suficiente), un Ipod y alguna de las posibilidades del mismo: reproducir de forma aleatoria, reproducir lo menos o lo más escuchado, etc. Era capaz de hacer un viaje de siete horas en coche a Madrid con mi propio «Kiss-FM», sin repetir una canción y volver después de la misma manera.
¿Esta enorme cantidad de música disponible está perjudicando nuestra capacidad de apreciación musical? No debería, pues somos muy afortunados de disponer de más cantidad de música, como nunca anteriormente. Y más que se sigue componiendo y que podemos bajar de forma gratuita a nuestro IPOD.
Pero hace pocos días me di cuenta, durante una conversación, de cómo había cambiado mi actitud de escucha musical. Ahora oigo más música que nunca, pero lo hago mientras conduzco, mientras trabajo o mientras camino y me conecto los pequeños auriculares. Cuando una amiga me comentaba los beneficios de escuchar cierto tipo de música en un momento de duelo por la pérdida de algún ser querido, yo le insistía en la importancia del tipo de música. Ella me respondió que lo verdaderamente importante en esa situación era levantarse del sofá o de la cama donde uno se encuentra hundido, dirigirse al reproductor de música, seleccionar un determinado disco y reproducirlo mientras no hacemos ninguna otra cosa.
Recordé las palabras de Saint Exupéry cuando argumentaba al hombre de negocios qué hacer con los cincuenta y tres minutos que ahorraríamos semanalmente al tomar unas pastillas que quitaban la necesidad de beber: «Si yo dispusiera de cincuenta y tres minutos –pensó el principito–, caminaría muy suavemente hacia una fuente…».
Sí, ahora tenemos más música que nunca y la escuchamos más minutos al día…, pero ¿disfrutamos más de ella?