A veces pienso cómo sería el impacto de encontrar un elefante, así, de pronto, sin haber oído hablar nunca de semejante gigante. ¿Un bicho que pesa toneladas y mide el doble que yo de altura? ¿Con unos sables afilados que le crecen sobre la boca? ¿Con una nariz descomunal pegada a la cara con la que, encima, agarra lo que pilla? ¿Cómo sabría yo que no me aplastaría (que es lo primero que haríamos nosotros en su lugar, por si acaso)?
Bueno, lo cierto es que yo no razonaría tanto de primeras. Me quedaría patidifusa, sin más.
Siempre me he preguntado por qué se dudaba de la existencia de unicornios. ¿Porque tienen un cuerno en la cara? ¿Y qué tiene un rinoceronte en la suya? ¿No os resulta curioso ver, por ejemplo, caballos con rayas, digo, cebras?
Realmente, yo tengo mucha suerte. Vivo en una época en que puedo ver cómo se expresa la Naturaleza sin moverme de mi casa. Y además a cámara lenta, o comprimiendo semanas en segundos a cámara rápida. A veces creo que es una compensación por vivir en una vorágine donde la gente va muy deprisa y, de tanto correr, se ha olvidado de hacia dónde va.
Cuando me entretengo en una de mis aficiones, ver documentales, me pregunto frecuentemente cómo podemos sentirnos indiferentes ante las pistas que nos da la Naturaleza para ayudarnos a comprender el mundo, o por lo menos, a preguntarnos sobre muchas cosas de la vida. Y me sorprende comprobar cómo se activan determinados resortes que hacen que intuyamos algunas cuestiones importantes de nuestra vida solo por analogía.
Una de las cosas importantes: la vida tiene un destino que cumplir. Lo interesante: cada uno tiene su propio camino y debe descubrir su particular manera de recorrerlo de forma que llegue a su meta. Sin rendirse. A pesar de todos los obstáculos.
La Naturaleza es un libro inagotable en el que siempre se puede leer. La parte buena es que cualquiera, a poco que se fije, puede aprender cosas, sin necesidad de conocimientos especiales.
La parte mala es que no puede ofrecernos más de lo que nuestra ignorancia nos niega cuando miramos hacia otro lado.
Aprovechemos la parte buena de nuestro mundo, para aprender a valorarlo y conseguir que se convierta en un mundo mejor. Después de todo, es el nuestro y nos va la vida en ello.