Anoche hablé contigo, y nuestras íntimas miradas me hicieron preguntarme cosas, que ahora te quiero contar.
A veces me pregunto dónde va la poesía cuando te abandona. Un poeta hizo una pregunta parecida:
Cuando el amor se acaba, ¿sabes tú a dónde va?
Me pregunto lo que se preguntaba Leonard Cohen en una de sus canciones:
¿Where is your famous golden touch?
¿Dónde dejé la poesía, dónde el amor, dónde el añorado toque de oro? Seguramente se marcharon de mí en los ojos y en el pecho de mis vírgenes amantes. O se quedaron en los verdes brotes nacientes y poderosos. O se los llevó, al decir del poeta, como el viento de otoño se lleva las hojas pardas.
Pero también estén quizá en el próximo recodo del camino, que ya se vislumbra tras el frío y la niebla del invierno.
Quizá mi mano perdió su pátina de oro cuando dejé de cavar en la mina, cuando dejé de cernir las arenas auríferas de mis arroyos más limpios.
Pero lo que he visto existe, y ya no me puedo engañar. No puedo negar el brillo del sol, aunque el cielo hoy esté nublado. Sé que está detrás de las nubes, detrás de mí y de mi desesperanza.
Dime que sí, hermana, dime que mi aliento puede abrasar otra vez, que mi voz puede llevar almas a su nido, que mi mano puede ayudar a guiar a los ciegos, que puedo soportar el peso de los que quiero llevar al otro lado del tránsito doloroso.
Dime que aún tengo fuerzas, que mi corazón enciende aún ilusiones, que mi amor abrasa aún corazones, que mi clarín todavía es capaz de traspasar el ruido y de hacerse oír entre los estériles rumores.
Dime, aunque yo no consiga creerlo, que mi voz es aún dulce a tus oídos, que mi alma aún tiene brasas que calientan, y que mi mano aún puede dar caricias que sean benéficas y portadoras de alegría.
Dime… que aún puedo ser un amante para un alma sedienta, agua fresca para el abrasado, cama en que repose un alma cansada, musa que inspire un corazón ardiente.
Dímelo.