Jamás creí, cuando Tachen me propuso colaborar en este blog, que finalmente fuese el motor para que mire a las pequeñas cosas de cada día, con unas gafas de hipermetropía que sacan conclusiones y deducen los porqués… Al menos, en la medida de lo que a todos nos es posible, de nuestras luchas cotidianas, idas y venidas.
Ahora acabo de terminar, espero que con éxito, ese proyecto que me tenía entre leyes. Y resulta que sigo como si estuviera en él. Corriendo, con muchas cosas que hacer. Durante una época pasada esa fue mi forma de vivir, y aún hoy lo es, a temporadas. Recuerdo que le puse nombre a eso de estar siempre estresado, de no tener tiempo ni para dar un paseo, de ir agenda en mano, saltando de cosa importante a cosa importante (casi todas, urgencias creadas por nosotros mismos, porque el mundo no se suele caer… por nada). Lo llamé «rueda de ratón». Es que me recordaban tales carreras a uno de esos hámsteres que están metidos en una ruedecita en su jaula y no paran de correr en ella, como si tuviesen una prisa enorme por llegar… a ninguna parte. Y es que en esa rueda no se desplaza uno a sitio alguno. ¿Lo sabrá el hámster?
Entonces, cuando me di cuenta, paré de golpe y me bajé de la rueda. Es impresionante cómo lo que tienes a tu lado puede volverse visible cuando tú comienzas a mirarlo. Cómo lo que parecía aburrido, resulta que sólo es sereno, cómo el mundo y la gente son un encanto y nosotros, a días, ni nos enteramos… Es que tenemos muchas cosas importantes que hacer.
Bueno, por fin hoy, he sido consciente de que llevaba un mes, esta vez por necesidad (uy, qué trampa me acabo de poner), en esa rueda y acabo de bajarme. El mundo no corre; lleva millones de años yendo exactamente al mismo ritmo natural, viéndonos pasar… Somos nosotros los que lo vivimos demasiado deprisa. No sé detrás de qué corremos… eso, lo dejamos para otro día.
¡Mira bien si realmente avanzas en tu carrera hacia adelante, o sólo ves pasar barrotes!
Y vigila tus bigotes…