Este final de verano trae una brisa, como casi todos, una fresca que se levanta a la mañana y al final del día. Es el aviso tenue y gradual de que el tiempo de descanso está acabando, que pronto habremos de estar preparados para el siguiente frío. Primero el otoño, agradable cobijo que nos proporciona la naturaleza, excusa perfecta para sentirnos a resguardo bajo el jersey. Luego el invierno, frío intenso, lluvia y poca calle; interior.
Y con estos pasos lógicos del tiempo iremos también nosotros, si ya somos algo sabios en los mensajes de todo lo vivo.
En este tiempo agradable, límite entre dos, cada año repaso el anterior, recapitulo, proyecto, me preparo. Es el momento de hacer memoria, de echar la vista atrás y recordar qué hicimos y por qué. Es más aún el momento de dibujar según lo aprendido hacia dónde queremos ir ahora, qué haremos de nosotros hasta la próxima brisa.
No es solsticio pero es comienzo. ¿Estoy donde quiero? ¿Qué he metido en mi mar? ¿Qué en la próxima mochila? Incluso lo escribo para ver más claro el mapa de la vida recorrida.
Os invito, no, yo no, os invita ella. La brisa que me avisa cada año: «recoge la ropa ligera y el no hacer, comenzamos de nuevo. Aventurera o guerrera, elige tus armas, prepáralas, pronto comenzamos a andar».
Recuerdo esta sensación justo hace un verano, en Eire. Hoy, frente a las más altas murallas del bellísimo Albarracín, van tocando a capilla.