Alguna vez he oído de este blog que le falta argumentación teórica o que le sobra contemplación. Bueno… es posible que la cuestión esté en que lo que pretende es hacer sencilla la filosofía y asequible; por eso sus ejemplos son cotidianos, sus herramientas el modo de mirar y, en consecuencia, sus aplicaciones muy plurales.
Hablando hoy, como es costumbre, con uno de mis peques, me ha hecho sentir imbuida en un cuadro de Escher.
Sí, ese genial dibujante capaz de crear escenas imposibles, laberínticas y geniales, en las que comienzas subiendo por las calles de una ciudad medieval y, de repente, te encuentras bajando por ellas debido a un extraño cambio de perspectiva.
Pues la cosa ha sido que andaba yo entretenida entre cacerolas cuando aparece un metro diez de mirada penetrante tirando de una caja de su misma altura. Inmediatamente mi pensamiento ha empezado a subir por esas calles de Escher con un «ni de broma me la metes en casa».
Mis ideas no habían tenido tiempo de ser pronunciadas, ya que seis años recién cumplidos de convivencia son tiempo más que suficiente para saber lo que me pasa por la mente.
–Mamá, ¿por qué los mayores tiran las cosas viejas creyendo que no sirven para nada, como las cajas o el corcho blanco? Los niños sabemos para qué sirven, preguntadnos a nosotros.
Ante tal afirmación, he decidido parar a escuchar sus motivos.
–Bien, ¿para qué sirve esa caja?
–No es una caja, es un escondite para superhéroes, un rodador y también un mostrador para hacer una tienda.
–¿Y el corcho blanco?
–Es para hacer nieve cuando no es invierno, como ahora.
Bueno, pues le autoricé, a ver… y mis razonamientos internos comenzaron a bajar en lugar de subir por esas calles que al principio tomaron de subida, como ocurre con Escher.
Anécdota aparte, ¿es posible que los niños sepan realmente para qué sirven las cosas? Del mismo modo que el tan nombrado principito veía la vida con ojillos sinceros y normalmente más cercanos a la realidad que los adultos.
Es posible también que los trastos viejos no sean tales, ni las personas viejas, ni los recuerdos viejos. O que lo que tenemos delante y estamos convencidos de saber qué es o por qué ocurre, sea en realidad de un modo muy distinto al que pensamos.
Cabe la posibilidad de que llevemos las gafas del corazoncillo sucias, los faros de la inocencia, las linternas del qué importa. Sería lo más normal dado el poco tiempo que tenemos los adultos para depurar lo que la vida nos va arrojando encima.
Sea más así o sea menos, que los niños nos recuerden lo importante y válidas que son TODAS las cosas, siempre está bien.
Yo que creía que mi misión con mis hijos era enseñarles a vivir, a veces sospecho que son ellos los que vienen a enseñarme a mí.