Estábamos delante de unas pizzas, disfrutando de una excelente sangría y riéndonos con verdadera alegría, con la alegría de los verdaderos amigos.
No sé cómo la conversación se deslizó a temas de cine, música y libros. Bueno, en realidad es algo muy común, sobre todo en nuestro círculo. Y hace mucho tiempo que venía rondándome una idea sobre el asunto, que quise expresar en voz alta. Me costó tanto hacerme entender, no sé si por mi impulsividad al hacerlo, por el rechazo que provocaba, porque es difícil de aceptar, o puede ser quizá también por la ingesta que hasta el momento había hecho de la deliciosa sangría. Incluso varias veces me pidieron que dijera claramente “habas claras”.
Les contaba que en casi todas las ocasiones que se le pregunta a alguien por sus aficiones suele contestar lo siguiente:
–Leer, escuchar música, ir al cine y viajar.
A veces se añade otra cosa, pero estas aficiones entran casi siempre en los gustos y preferencias digamos “normales”.
Yo les decía que esto tenía un gran inconveniente, y consistía en que eran “actitudes pasivas”, en las que no se participaba activamente, como creador. Para ilustrarlo les dije:
–Y si nadie escribiera libros, ni hiciera música, ni películas, ni hubiera agencias de viajes, ¿a qué se dedicaría tanta gente? ¿Y si no hubiera televisión, a la que, aunque no lo dicen, le dedican muchas horas? Para que alguien lea un libro es preciso que alguien lo escriba primero. Para escuchar música es preciso también un compositor que la escriba, aparte de un director que la interprete y unos músicos que la ejecuten. Para ver una película es preciso alguien que dé a la luz el guión, la música, etc. Creo que la idea es fácil de entender. Si todos nos dedicáramos exclusivamente a esas aficiones, terminaríamos por no poder disfrutar de ninguna, porque no habría ni libros, ni música, ni cine, ni casi nada de nada.
Y ello es producto de la educación “pasiva” que nos imbuye la sociedad de consumo, más interesada en que “consumamos” que en que “creemos”. Cada vez hay más consumidores y menos creadores. Pero la discusión empezó cuando yo planteé que lo verdaderamente enriquecedor es la creación, y no el consumo.
Aunque se planteó que el consumo no es del todo pasivo, circunstancia que admití, generalmente sí lo es, al plantearse elementos de consumo cada vez más digeridos y para los que es preciso cada vez menor esfuerzo.
Creo que por este camino, y como los creadores son también, y cada vez más, consumidores, salvo bellas excepciones, llegaremos pronto al momento de no tener nada que llevarnos al cerebro, salvo, claro está, los clásicos, de la literatura, del cine, de la música y de todo lo demás.
Pero lo trágico de esta cada vez más fomentada y frecuente actitud pasiva es que no solo repercute en la creación artística, sino en cualquier plano de la actividad humana. Así, en el amor queremos antes ser amados que amar, en la amistad queremos tener amigos antes que ganarlos, en el trabajo queremos cobrar antes que trabajar, y en la convivencia exigimos de nuestra pareja antes que entregarnos a ella, queremos que Dios nos ayude, sin ayudarle a Él dentro de nosotros, y hasta hay cristianos que quieren ir al Cielo como se estila ahora, como el aprendizaje del inglés… ¡Sin esfuerzo!