¿Quién es la víctima y quién el verdugo? Algunas veces uno se cree víctima de un desaprensivo, o de un maleducado, por la sencilla razón de recibir insultos, o un trato injusto. Sin embargo, al reflexionar sobre la situación, al remontarnos e indagar qué provoca semejante conducta, descubrimos que la víctima no somos nosotros, al menos no solo nosotros, pues, muy posiblemente, lo que lleva a esa persona a insultarnos es una reacción defensiva, y el que se defiende es porque, antes, se sintió atacado; ya tenemos al verdugo convertido en víctima. La lógica de la mala leche sería que uno mismo reaccionase también en el mismo nivel y, a su vez, pasar de víctima a verdugo. Pero no es el caso, no cuando uno se esmera en ser filósofo e ir contracorriente.
Me sucedió hace poco, era de noche y estaba cansado, pero aun así le eché un vistazo a uno de los foros en los que, de vez en cuando, participo. Alguien había dejado un mensaje que, leído así a bote pronto, me pareció superficial y poco serio; no pude resistir el responder con cierta ironía, y hasta me sentí con todo el derecho del mundo a hacerlo.
La respuesta no se hizo esperar. Al día siguiente esa misma persona me devolvía la pelota pero aumentada, pasando de lo irónico al casi insulto. Rápidamente quise contestar añadiendo más leña al fuego, pero algo me retuvo. Por un instante me puse en el lugar de mi víctima, y vi que su reacción obedecía a una lógica. Entonces escribí un cuidadoso mensaje ignorando sus “casi insultos”, no sintiéndome víctima ni verdugo, sino juez, no para juzgar sino para ser justo.
Me viene a la memoria una frase de un filósofo valenciano. Dice algo así como que la convivencia se basa en la “verdad” y el “bien”, o lo que es lo mismo: en la sinceridad y el deseo de hacer el bien a los demás.
Así pues, releí lo que el día anterior me pareció superficial, y debo reconocer que no lo era tanto; por una frase desafortunada, ese texto tenía cinco que no lo eran, y hasta una de ellas me dio que pensar. En esa línea, sincera y humilde, respondí a la agresividad de su escrito, y hasta acabé recibiendo un pequeño regalo.
¿Quién quiere ser verdugo?