Uno de mis mayores placeres consiste en subrayar aquellas frases que me llaman la atención de los libros que leo, y luego reunirlas todas en un mismo archivo. Al pasar un tiempo bastante grande entre el momento de la lectura y la recopilación de frases, el libro cobra a mis ojos un nuevo valor, múltiples significados, que antes no veía, surgen por todas partes. Eso mismo me ha sucedido con el libro (ya un clásico) “El amor en Occidente”.
En realidad el autor, Denis de Rougemont, intenta demostrar las bondades del amor (en un matrimonio o pareja) en sentido cristiano, defendiendo un amor que no es enamoramiento sino amor consciente y cultivado, un amor que no viene dado por algo externo a la persona sino que surge de nosotros mismos. Y digo “intenta demostrar” con toda la intención, porque el propio autor, a lo largo del libro, no puede evitar la fascinación y la fuerza de ese otro amor que viven los enamorados.
Critica el enamoramiento pasional como algo que no puede resolverse en la vida, ya que su inspiración no viene de la vida y, como en el mito de Tristán e Isolda, acaba en tragedia: “La realización del amor niega todo amor terrestre; y en la felicidad del amor niega toda otra felicidad terrestre”.
Denis une a la experiencia del amor la forma en que el hombre se relaciona con lo espiritual; de esa manera el paganismo cree que es posible la unión con Dios (Eros) en un rapto de pasión o “entusiasmo”: “El Eros es el Deseo total, es la Aspiración luminosa, el impulso religioso original elevado a su más alta potencia”. De ahí que en el ideal del amor cortés se exalte el estado de enamoramiento, y no tanto su satisfacción sexual.
El cristianismo ortodoxo, por su parte, postula que Dios está demasiado lejos como para ni siquiera soñar una unión con Él, y que la única posibilidad que tenemos es la “comunión”. Siguiendo la misma idea de unir experiencia espiritual y amor dice: “El ágape, en cambio, no busca la unión que se realizaría más allá de la vida. “Dios está en el cielo y tú en la tierra”. Y tu suerte se juega aquí abajo.”
Interesante, ¿verdad?
Mi reflexión sobre todo esto es que en nosotros están ambas cosas: la pasión y la ternura. La primera es un impulso que nos arrastra con fuerza y nos hace rozar por un instante el misterio. Pero también está en nosotros la ternura que construye el día a día, que hace surgir dentro nuestro el sentimiento hacia los demás, que hila el delicado tejido de la confianza y la intimidad. No se trataría entonces de decidir cuál es mejor, o con qué tipo de amor nos quedamos; haría falta una nueva moral que contemplara estas dos realidades y no castigara ni a una ni a otra.