A mí se me importa poco
que un pájaro en la Alamea
se cambie de un árbo a otro.
Esto escuché una vez hace muchísimos años a un hombre sabio. Y no se me ha vuelto a olvidar porque, de forma muy poética y gaditana, describe muy bien la indiferencia, en este caso más bien orgullosa.
Hoy andaba por la calle con mis perros y me pregunté sobre la indiferencia. ¿Qué era, de dónde nacía, podía ser buena o mala, era síntoma de algo, existía realmente?
Pensé que un filósofo, como ser humano que de todo se asombra, no podría ser indiferente a cosa alguna. Cualquier cosa, incluso las que parecen más nimias al hombre vulgar, es de gran interés para él.
Una vez escuché que la cosa más insignificante, una vez que se observa detenidamente y con interés, poco a poco se vuelve más interesante y valiosa, al tiempo que cada vez nos resulta menos indiferente. Y creo que es así.
Una hormiga lleva a lomos el ala de una mariposilla… ¡qué tontería!
El botijo siempre lo ponen sobre un plato lleno de agua… ¡manías!
Las cabras no se comen el gramón… ¡y a mí que me importa!
Esta parte del mar no parece azul ni verde, parece marrón… bueno ¿y qué? Etc., etc.
Bueno, sí, sé que hay muchas cosas muy importantes y de mucha trascendencia como para pararse en estas pequeñas cosas. Pero al menos a mí me ocurre que mis grandes cosas nacen de las aparentemente muy pequeñas. Un baobab nace de una pequeña semilla, y luego es gigantesco. Y al Principito le pareció tonta la manía del banquero que poseía estrellas y todos los días las contaba, aunque para él no tuvieran ningún significado, y solo le importara su posesión.
¿Realmente nos da igual lo que alguien piense, lo que alguien sienta, lo que alguien haga?
¿Nos da igual, en verdad, lo que vemos, oímos, saboreamos, olemos y tocamos?
¿Nos da igual lo que ocurre a nuestro alrededor? ¿Nos da igual el sufrimiento ajeno, la alegría ajena, la bondad ajena, la maldad ajena?
¿Por qué Francisco de Asís evitaba pisar una hormiga? ¿Es que era tonto?
¿Cómo es que a Leonardo da Vinci le daba por estudiar y profundizar en las materias más dispares, incluso jugándose la vida, como en sus estudios de anatomía?
Pues no, creo que no tengo derecho a dejar entrar a la indiferencia en mi alma, y no creo que nada me pueda aportar sino abandono de mí mismo. Si el universo es nuestro modelo humano, y Dios es la esencia del universo, de nada nos serviría intentar descubrirlo si algo consideramos merecedor de nuestra indiferencia.
Posiblemente la indiferencia sea lo más cómodo para el hombre, pero también lo menos humano.