Un texto muy chulo de una damita con sentimiento profundo y pseudónimo Fenix, venía a decir hace unos días que hoy no tenemos grandes epopeyas sino pequeñas historias. Es posible que la lectura de sus palabras nos despertase un mensaje y por ello, últimamente, los blogueros hablamos de héroes cotidianos.
Y, sin embargo, aunque las batallas no sean de sangre, siempre hay un motivo por el que luchar. Uno de los que más me convence es la dignidad del ser humano, la de cada uno, que se pone en juego continuamente sin darnos cuenta.
Suena exagerado, mas pongamos en el microscopio un rato de nuestro día vulgar. Se nos dan oportunidades sencillas de responder de un modo u otro, sin cesar: la viudilla de ochenta años nos va a contar otra vez sobre la guerra, un móvil ha quedado olvidado junto a nosotros, es más sencillo copiar textos que crearlos, he acabado la cerveza y el camarero anda despistado… Lo que ocurre es que, si somos mínimamente cívicos, ni nos lo planteamos, o sí, y podríamos exagerarlo aún más, para lo malo y para lo bueno.
Lo duro es cuando lo que se te pone de cara es algo nuevo, algo inesperado, algo que jamás te has planteado, algo que de veras deseas hacer, aunque no te suene muy «digno», pero jovar, siempre hay un buen motivo para fallar, yo me lo merezco, por ejemplo, no va a ser tantas veces, si nadie se va a dar cuenta y… yo en el fondo no soy así.
Pues bien, mi parecer, y el de algún sabio escritor que sin duda me inspiró esto es: sí, sí eres así. Tus conductas te dan o te quitan dignidad, te ganas o te pierdes a ti mismo en cada pequeña respuesta que das a la vida. Y no se trata de andar de puritanos; más bien, de ser sinceros con nosotros mismos.
No te olvides, no te engañes y, si te conoces, no te falles. Las trampas más difíciles de salvar son las que tú mismo te pones.