–Sí, se están muriendo de hambre pero no lo saben y tampoco quieren oírlo.
–No lo entiendo. ¿Por qué siguen aguantándolo?
–Echa un vistazo aquí debajo –le dijo Willie levantando una de las puntas del mantel para mostrarle todos los tobillos atados con cadenas a lo largo de la mesa.
Parecía algo increíble. –¿Están encadenados a la mesa? Entonces, ¿por qué parecen tan felices?
–No ven ni las cadenas ni las llaves que pueden liberarlos. Además, están convencidos de que les están sirviendo unas comidas muy sabrosas como recompensa por los magníficos servicios prestados a la comunidad de duendes (Marcia Grad, La princesa que creía en los cuentos de hadas, Ed. Obelisco, 1998).
He aquí una versión moderna del mito de la caverna de Platón, aquel en el que unos hombres encadenados de nacimiento frente a una pared contemplan el desfile de sombras proyectadas, que toman por realidad al no conocer otra cosa.
La vida pasa por delante de nosotros y nos entretiene con sus constantes juegos de luces y sombras, que se proyectan frente a nosotros. A veces, la acción es tan trepidante que parece que no nos queda tiempo para otra cosa que atender a los continuos ires y venires de las formas cambiantes siempre en movimiento (novedades en el trabajo, el último escándalo político, la reciente cuestión familiar). Se nos olvida que podríamos intervenir más en el guión en lugar de quedarnos mirando solamente.
Hay momentos en los que una engorrosa pregunta sobre el argumento de la proyección nos aguijonea: ¿por qué?, ¿para qué? Rápidamente, una nueva forma en las sombras de la pared capta nuestro interés hasta el próximo momento de inquietud, en que retumba la incontestada pregunta: ¿qué es la vida?, ¿qué vine a hacer yo aquí?
Los encadenados de nuestro cuento, al igual que los de Platón, no ven las cadenas que los atan, y también en ambos casos están ciegos a las llaves que tienen a su alcance para deshacerse de sus ataduras. Y aquí lo que importa son las llaves.
Platón sabía muy bien dónde buscar las respuestas. Tanto lo sabía que nos legó un sistema para preguntarnos por cuestiones fundamentales y poder encontrar la tranquilidad de ánimo que da el descubrir las propias respuestas. Si sería sabio Platón, que todavía hoy, cerca de 2500 años después, podemos utilizar su método, tan extensa y continuamente practicado en sus diálogos, y descubrir su utilidad.
La llave está en la filosofía. No solo libera de cadenas, sino que abre puertas a mundos de luces insospechadas que pueden teñir de un color diferente nuestras vidas. Un color más limpio, más noble, más sano, más profundo. El color que da el saber qué sentido tiene nuestra vida.
Tenemos estados Emocionales que hacen parte de la vida de una persona, pero esta persona es un caos.
Cuando DIOS creo las almas no creo estas personalidades.
El alma trae información limpia del mundo dimensional, pero aquí en tercera dimensión se contamina.