Esto no va de machismo y feminismo. Va de lenguaje.
Cuando oigo hablar a algunos personajes públicos, noto cuánto interés ponen en que diferenciemos minuciosamente los géneros de los sustantivos que utilizamos (aunque no sepamos muy bien qué es un sustantivo ni qué es el género en gramática).
Han conseguido que nos veamos obligados a puntualizar continuamente que los maestros y las maestras enseñan, los jueces y las juezas juzgan y los jugadores y las jugadoras juegan. Y si no lo decimos así, podemos llegar incluso a ser considerados «sexistas».
La verdad es que queda muy «reivindicativo» y «progresista» señalar la diferencia entre las «oes» y las «aes»; cuantas más veces, mejor.
Pero, digo yo… ¿no sería mejor concentrar el esfuerzo en los problemas prácticos de desigualdad y no arañar tanto la superficie desviando nuestra atención hacia el «hablar igualitariamente»? Confieso que a mí me agota el oír que «los ciudadanos y ciudadanas tenemos el derecho a estar titulados y tituladas como abogados y abogadas» y cosas así. Con lo resumidos que somos a la hora de tuitear y de washapear…
Aunque parezca mentira, hace treinta años (por poner una fecha) nadie daba mayor importancia a esto, ni se sentía discriminado (o discriminada) solo por cuestiones gramaticales. Los hechos, las desigualdades en la práctica son los que ofenden, creo yo.
Hablar de esta manera tiene «efectos secundarios». Con este tipo de innovaciones, dentro de poco nos habremos separado tanto del contexto en el que se escribieron las grandes obras de la literatura de habla hispana, que habrá que reescribirlas para no tacharlas de sexistas cada vez que se utiliza el masculino genérico, que sigue siendo la fórmula aceptada oficialmente por la Real Academia Española (y por las 23 academias restantes de los otros países que hablan español): «En los últimos tiempos, por razones de corrección política, que no de corrección lingüística, se está extendiendo la costumbre de hacer explícita la alusión a ambos sexos. Se olvida que en la lengua está prevista la posibilidad de referirse a colectivos mixtos a través del género gramatical masculino, posibilidad en la que no debe verse intención discriminatoria alguna, sino la aplicación de la ley lingüística de la economía expresiva».
No dudo de que se terminará cambiando, pero yo, de momento, voy a ejercer mi derecho a hablar «a la antigua».
Estudiar gramática nos ayudaría a profundizar en las conexiones del lenguaje sin necesidad de tropezar con cosas como el género de los sustantivos, y de paso, nos abriría interesantes panoramas mentales que esclarecen la curiosa conexión entre el lenguaje y el entendimiento. No nos vendría mal reforzar el conocimiento de la gramática. Y, ya de paso, el de la historia. Y, puestos a pedir, el de la filosofía. (¡Huy, qué barbaridad he dicho, humanidades en los planes de estudio!).
Bueno, esto no es más que una opinión personal. No sé lo que opinarán los lingüistas (y lingüistos).
Un inteligente y claro artículo, sobre la estúpida invención sexista de estar separando a las personas continuamente a través del lenguaje, cuando como bien explicas, ni tiene ninguna intención de separar ni discriminar. Por desgracia para todos siempre hay gente que pretende vivir de absurdas reivindicaciones. Nada mejor para ello que utilizar la política e inventar falsos agravios para justificar un discurso carente de fondo. ¡Qué fácil es vender humo!.
Gracias, no había encontrado ningun artículo parecido, me ha encantado la verdad, por favor sigan con su buen trabajo, tienen alguna parte donde me pueda suscribir ?
Me encanta este blog, muchas gracias