¡Qué bello es vivir!
¿Es esto el título de una película o es una afirmación filosófica?
Las dos cosas.
Por estas fechas en que cambiamos de año, solemos tener la ocasión de ver la reposición del clásico del cine Qué bello es vivir. Para los que no lo conocen, es de libre acceso en Internet desde que a alguien se le olvidó renovar el copyright hace muchos años.
A veces he recordado esta película cuando observo a las personas que me rodean y el mundo en que vivimos.
El título de la película anticipa el desenlace. Pero antes del final viene el principio.
La vida de George Bailey transcurre con normalidad y ciertos acontecimientos significativos, como todas las vidas. En su caso, lo más determinante comienza de niño cuando salva a su hermano de morir en el hielo mientras juega con otros niños. Ya en su adolescencia sueña con hacer una carrera universitaria que le permita construir casas, y una de las decisiones importantes que debe tomar es renunciar a este sueño, al verse obligado a tomar las riendas de la compañía de empréstitos que regentaba su padre, que muere inoportunamente. Sabe que sin él la compañía no sobrevivirá ante la codicia de algunos que quieren absorberla, con lo que no podría seguir prestando dinero a interés bajo a sus vecinos para que construyan su hogar.
Se pasa la vida priorizando el bienestar de sus vecinos, las relaciones personales y el trabajo honrado, lo cual explica que no sea rico. Cuando un error ajeno le lleva al borde de la quiebra y de la cárcel con cuatro niños pequeños que mantener, estos valores quedan cuestionados de repente.
Surgen con ímpetu en su mente cuestiones apremiantes: ¿por qué estoy vivo?, ¿qué sentido tiene que yo haya nacido? Tantos intentos de actuar correctamente, ¿merecen la pena? ¿No parecen ellos más contentos y satisfechos a pesar de actuar por codicia y egoísmo? Preguntas que nos pueden resultar familiares.
George decide que su vida ha sido inútil y que mejor hubiera sido no haber nacido, y como estamos en una ficción, le es concedido ver cómo sería la vida sin su presencia.
En esta existencia paralela, su esposa es una mujer solitaria, pues no pudo formar una familia a la que dedicarse con amor; sus hijos, que habían sido un motor de superación de dificultades y un motivo de alegría para él, no existen; el usurero al que mantenía a raya se ha adueñado del pueblo y lo ha convertido en un foco de ocio y diversión, por lo que muchos de sus vecinos ya no son honrados habitantes que trabajan para vivir dignamente, sino que huyen de sus responsabilidades en bares, casinos y fiestas; muchos conocidos han perdido la sonrisa y el buen humor que mostraban cuando vivían con lo justo; los hogares que George ayudó a construir ya no existen.
Esta es la parte de la película que suele venir a mi memoria. Veo personas desarraigadas, sin familia propia a la que amar y por la que esforzarse; no tienen hijos que los motiven a superarse o les den alegría; o peor, tienen hijos utilizados como arma arrojadiza en una guerra despiadada entre padres que solo provoca dolor a todos. Veo personas a las que un usurero invisible ha encandilado con ocio, juegos y un ideal de bienestar material, y han perdido el buen humor por ambicionar lo que no tienen.
La desconfianza y la amargura tienen que ver con una vida vacía. La causa no está en tener o no familia, hijos, dinero o amigos. La causa está en olvidar que el ser humano tiene una vida espiritual a la que tiene que atender. La aspiración a la belleza, a la bondad, a la verdad y a la justicia forma parte de nuestra naturaleza y no podemos ahogarla con las cuestiones materiales.
Lo dijeron muchos sabios antes. Una vida vacía solo se llena cuando trabajamos por alcanzar la mejor versión de nosotros mismos y ayudando a los demás.
Sí, es bello vivir, pero no para tener éxito, ganar dinero o ser el más apreciado. Es bello porque intuimos que solo podemos avanzar en las respuestas mientras vivimos. Lo importante es querer aprender. Resulta mucho más satisfactorio vivir con esta premisa que partir de la base de que todo es fruto de la casualidad.
Qué bello es vivir… para leer reflexiones como las tuyas, Melinda.